viernes, 16 de mayo de 2008

He visto tu alma, y quiero vivir en ese palacio de cristal. Sigo mi camino. Las hojas secas vuelan lejos de mí. Mis pasos se pierden en el infinito, donde he de ir. El viento azota mi cara, y sonrío. No sé tu nombre, pero no lo necesito para amarte. Mis manos se refugian en los bolsillos. Fuera, la guerra se recrudece. ¿Quién eres? Un suspiro, que suspira por ti. No tengo destino, y eso es lo atractivo de mi viaje. La grava suelta se dispara bajo mis botas. ¡Dime quién eres! Soy un latido de tu corazón, que muere por ti. Mis compañeros marchan a mi lado. En sus caras, el más terrible vacío. ¿Y por qué me cuentas esto? Te lo cuento porque el mundo gira, porque los pájaros cantan. Las mochilas que nos dieron lastran nuestra marcha. Debemos llegar más lejos, donde nadie ha llegado. Subimos con esfuerzo un terraplén. ¿Qué nubla tu mirada, cariño? Tengo que partir, y no volveré. Llegamos a una plaza abandonada. No hay niños jugando. No hay pájaros cantando. ¿Por qué abandonas tu hogar, tus raíces? Porque el mundo ha de girar, y lo hará con mi sangre. Corremos hasta el primer portal. Los corazones grabados en árboles ahora lucen acribillados. Un disparo. Cae un hermano. ¿Cuánto tiempo respirarás aire enemigo? Todo el que quepa en mis pulmones. Respondemos. Un hermano trae al caído. Su corazón titila bajo el chaleco. En sus ojos reina la niebla. ¿Me olvidarás? Ni aunque la muerte me arranque el corazón. De su boca brotan rosas negras. Sus labios se agitan en convulsiones. Encomienda su alma a su dios. Acerco mi oído al suyo. ...ese palacio de cristal.

lunes, 5 de mayo de 2008

Como propina por haber tardado tanto en actualizar, hoy os voy a contar la historia de mi diosa favorita: Perséfone. Como no he encontrado ningún lado que la cuenten bien, voy a intentarlo.

Zeus, el gran dios de los dioses, deseaba desde hacía mucho tiempo a su hermana Deméter, diosa de la tierra, pero esta se oponía siempre con algún pretexto, hasta que Zeus la tomó por la fuerza, y de esta unión nació Coré. Era una niña preciosa, de piel blanca y radiante, y con una mirada que conmovía al Apolo. Cuando alcanzó la pubertad, muchos dioses empezaron a mirarla con deseo, y su madre decidió ocultarla. Coré solía coger flores y pasear con las ninfas, pero un día se cortó con un tallo de trigo, y la sangre que brotó de su herida cayó al suelo, filtrándose hasta el mismo inframundo, donde Hades enloquecía debido a su deseo por Coré. Al oler la sangre, Hades subió a la superficie y raptó a Coré. Pronto su inocencia se marchitó, y fue adquiriendo una belleza casi diabólica: una mirada penetrante, una cabellera negra como la noche que se deslizaba por sus hombros; ya no era Coré, sino Perséfone, de triste belleza. En la tierra, mientras tanto, Deméter tenía el corazón roto, y se retiró a una cueva a llorar. Los campos se secaron por su dolor, las flores se marchitaron y cayeron, los frutos se pudrieron en los mismos árboles. Ante la muerte que reinaba en la tierra, Zeus bajó a consolar a su hermana, quien sólo deseaba el regreso de su hija Coré. Zeus llegó al inframundo con la intención de rescatar a Coré, y Hades sólo puso una condición: que no hubiera comido nada en su estancia en el infierno. Perséfone afirmó que así era, y se disponía a partir cuando Ascálafo dijo que la había visto comer tres pepitas de granada. Zeus y Hades discutieron, y acordaron que por cada pepita comida permanecería un mes al año en el inframundo. Ambos aceptaron, y Coré volvió con su madre. Sin embargo, cada año tiene que pasar tres meses con Hades, y entonces es Perséfone. Estos tres meses Deméter se retira a llorar, y las plantas se aletargan; es el invierno. Al reencontrarse con su hija las plantas florecen, los campos reverdecen; es la primavera.

Después del cuento viene la pregunta, ¿a quién preferís, a Coré o a Perséfone? Yo personalmente me quedo con Perséfone. Siempre me ha vuelto loco ese toque de tristeza en una mujer. Un saludo, amigos
Te llaman femme fatale, pero para mí siempre serás un ángel, que vino a salvarme cuando más lo necesitaba. Todas las cuerdas que atenazaban mi espíritu ardieron en silencio cuando tus ojos me miraron. La oscuridad de esos dos pozos negros me levantó de mi asiento, y me llevó junto a ti. En la ducha, el agua resbalaba sobre tu cuerpo, sobre tu escudo roto por la muerte. Fue entonces cuando enloquecí. Parecías una muñequita rota, un regalo de los dioses que sufría al ver el dolor que reina en este agujero al que traíste la luz. La pintura de tus ojos había desparecido, y se resbalaba mediante lágrimas negras de puro incienso, que ardían lentamente llevándose tu dolor. No necesitabas hablar para contar lo que había pasado; demasiado dolor. Solo llorar, llorar con alguien. No eres real, solo un personaje de una película, pero en ese momento te amé como nunca volveré a amar. Amé tu pelo, amé tus lágrimas, amé tu traición, y amé tu muerte. Hoy he visto a la actriz en otra película, pero no eres tú.
 

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