jueves, 28 de agosto de 2014

El miedo a mandar un correo solo puede compararse al silencio que sigue a un comentario sincero. Solo entonces palpamos la inmensidad del universo, el tejido del espaciotiempo y las cuerdas. Siempre hay cuerdas delante de nosotros, como anzuelos que nos arrastran o líneas de vida que nos ayudan a subir. Para unos, lo hablado conforma el bozal que limita nuestro próximo discurso. Para otros, las palabras construyen nuestra identidad y nos hacen más guapos y hermosos. Para mí, siempre hay algo más; todo es política y mis gestos, la crisis eterna. Cuando actúo no sigo cuerdas, yo mismo me trenzo en diferentes bocas que nunca desayunan en la misma mesa. Escribo para que no me lean, hablo sin que nadie me escuche, canto dentro de mi cabeza para que nadie me oiga. Conocerme está sobrevalorado; no hay nadie detrás del telón. Sé tu mismo, dicen; conócete a ti mismo, decían. No te enerves discutiendo ni pongas la pierna sobre la mesa porque tu monólogo no pasa de la segunda línea, donde pides perdón por haber hablado y vuelves a sentarte. No imites mis palabras porque suenan (y son) vacías en el eco de tu caja torácica. Cuando, en la sombra donde nadie te ríe, hagas algo más que dormir, podrás hablarme. Hasta entonces, yo seguiré desdoblándome, siendo agua y tierra, riendo cuando los demás no me conozcan. Subiendo y empujando, cantando y comiendo, escribiendo y sudando; puedo decir que me voy construyendo, aunque sea enlace y no molécula. Y, un día, dejar de serlo para ser solo viento y la inmensidad del universo.

domingo, 17 de agosto de 2014

"Es curioso que las artes liberales de este Estados Unidos milenario traten la anhelada anhedonia y el vacío interior como algo que está de moda. Acaso se trate de vestigios de la glorificación romántica de la Weltschmerz, que significa cansancio del mundo o hastío contemporáneo. Tal vez esto se deba al hecho de que aquí las artes son producidas por gente mayor cansada del mundo y refinada, y consumidas por gente más joven que no solo las consume, sino que las estudia a la búsqueda de claves para ir con los tiempos, lo cual implica ser aceptado, admirado o incluido y, por ende, no estar solo. Olvidémonos de la llamada presión de los pares. Es más como hambre de pares. ¿O no? Entramos en una pubertad espiritual en la que descubrimos el hecho de que el gran horror trascendental es la soledad, el enjaulamiento en el propio ser. Una vez que alcanzamos esa edad, damos y recibimos lo que sea y usamos cualquier máscara para encajar, para no Estar Solo, nosotros, los jóvenes. Las artes americanas son nuestra guía a la inclusión. Una guía práctica. Nos enseñan a fabricarnos unas máscaras de hastío e ironía cansada a una edad en que el rostro es lo bastante dúctil como para asumir la forma de lo que lleva puesto. Y luego allí se queda ese cinismo fatigado que nos salva del sentimentalismo empalagoso y de la candidez no refinada. En este continente, sentimiento equivale a candidez [...] lo que pasa por trascendencia contemporánea y cínica del sentimiento es en realidad una especie de miedo a ser verdaderamente humano".

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"Las autoridades llaman a esta condición «depresión clínica» o «disforia unipolar». En realidad, se trata de una simple incapacidad para los sentimientos, una muerte del alma [...] Ello es un grado de dolor psíquico totalmente incompatible con la vida humana tal como la conocemos. Ello es una sensación de mal radical y consumado no solo como una característica más, sino como la esencia misma de la existencia consciente. Ello es una sensación de envenenamiento que invade al ser en sus niveles más elementales. Ello es una náusea de las células y el espíritu. Ello es la preclara intuición de que el mundo es totalmente rico y animado y unitario y asimismo totalmente doloroso y maligno y contrario al ser, al que no solo deprime, sino que también lo infla y coagula y lo envuelve con sus negros pliegues y lo absorbe en su interior de modo que se alcanza una unidad casi mística con un mundo cuyos constituyentes significan daños dolorosos para el ser. Tal como Gompert describe la sensación de Ello, su carácter emocional parece ser indescriptible, salvo por una especie de doble dilema en virtud del cual cualquiera o todas las alternativas que asociamos con la acción humana -sentarse o estar de pie, hacer cosas o descansar, hablar o estar en silencio, vivir o morirse- no solo son desagradables, sino también espeluznantes".

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"Esta Incapacidad anhedónica para Identificarse forma parte integral de Ello. Si a una persona con dolor físico le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona o cosa como independiente del dolor universal que la digiere célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno".

La broma infinita, David Foster Wallace.

jueves, 14 de agosto de 2014

Sentarse delante del ordenador y llorar. Por todas las ideas que tenías, la gran pirotecnia que iban a formar. El primer esquema ya poda tus desvaríos hasta dejarlos en una simple bombeta. Pero bueno, eso aún podría sobrellevarse si te pusieses a escribir de una puta vez. Las lágrimas, los golpes sobre la mesa y el odio negro latente en las entrañas. El miedo a hibernar sin control, vivir en sueños, razonar lógicamente para no actuar. Lo que hay que hacer está jodidamente claro, el universo no conspira en tu contra, pero tú sí. El suave veneno serigrafía el epitafio esperado, que no deseado: "podría haber sido tantas cosas". Lo aterrador es que no hay un enemigo contra el que luchar, pruebas que superar ni princesas que rescatar o dejar que te rescaten. Esto es la vida, chaval, y no puedes huir de ella. No puedes pulsar el botón de pausa, ni cerrar el libro durante unos minutos. Estás viviendo tu huida, tallando tu preciosa soga que te arropa cuando todo te causa frío. El frío sale de ti, ya tienes que saberlo después de tantos años. Pero da igual, porque sonríes después de esta breve escapada, legitimada porque escribes. Pero, por favor, no seas tan hipócrita de colocar un punto porque nunca has sido capaz de ello.

martes, 5 de agosto de 2014

Cuando más fuertes nos hacemos/creemos, ese momento en que sonreímos porque por fin hemos probado que nuestro brazo sirve para algo más que para darnos amor, entonces llega la ironía y muestra la fuerza de su derechazo. Crecer implica moverse en un piélago de responsabilidad y elecciones y, por tanto, pérdidas. El jardín acota sus senderos hasta que ya no se bifurcan, somos uno con la palabra y el tiempo. Color adecuado, día reservado y muebles apartados para domar los 24 caballos que galopan sobre mí. El orgullo de creerse fuerte se revela lo que es: buen bastón y muleta. Ahora que se me cae el pelo vuelvo hasta cuando todavía salía, cuando mi cuerpo conquistaba el mundo con dientes, pies y ego expandiéndose continuamente. Ya se ha glosado el poder de los jardineros (si bien nunca suficiente), pero es que aparecen detrás de cada brochazo, en cada vibración de una buena pedorreta. Viste las mejores camisas, cultiva los mejores latinajos y sonríe a las mujeres como no saben que quieren. Pero detrás de todo eso siempre quedan retazos, pedazos de papel que envuelven la vida como el regalo envenenado particular que es. Nada empieza ni acaba contigo, asúmelo; aparca tu titánica misión de mediocridad para tomar conciencia de ella, de ti, de todo, de todos. El tiempo es una hilera de cajas en un supermercado, moviéndote de una a otra esperando pagar por lo que has tomado, demorando el saludo con la fría mujer. Pues bien, no eres el comprador sino el carrito, no eliges ni tu mercancía ni el destino; solo puedes torcerte con mal genio hacia un lado del pasillo. Hagas lo que hagas, pintes o robes o mientas o conduzcas, solo puedes dejarte llevar y sonreír, porque nunca vas a conseguir lo que quieres. Más te vale conseguir lo que está ante ti para dejar de pensar en el camino no tomado, congelado por el miedo y el tedio.

lunes, 4 de agosto de 2014

Esto lleva funcionando siete años. Como todo lo que funciona, no siempre lo hace bien ni como se espera que lo haga. El tiempo salta y las palabras avergüenzan. Incluso la música, esa broma que alguno leerá también, rara vez es un punto de orgullo. Hubo un tiempo en que jugaba con código y pintura, haikus y otros hermanos. Aquí he vomitado y he esculpido hormigón con una navaja oxidada. También sajar, siempre he amado esa palabra. No sé cuánto habrá vivido en estos siete años, en estos veinticuatro años; mucho y poco, depende del observador. Todo ha cambiado una y otra vez, el olor a pintura fresca y los billetes de autobús son constantes de una obra en perpetuo borrador. Excepto una fase, un nivel superado de este juego, nunca he escrito para que me leyeran, sino para mí mismo. Escribir significa entenderme, escribirme es cómo miro al mundo. Una mirada egocéntrica con las inseguridades que solo puede tener un ególatra a tiempo parcial. No voy a pedir(me) perdón ni a dar(a nadie) las gracias. Realidad o ficción, los golpes duelen. Hombre o animal o color o nota musical, siempre hay una flor en la que sumergirse, un pétalo que nunca llega a la boca. Que corran el vino y las palabras secretas por más tiempo, una nueva carretera y el viaje en avión. Que corran las burbujas sobre tu cuerpo y tu piel florezca bajo mis labios. Que haya siempre un futuro al que volver. Y
 

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