El jueves y el viernes estuve en Huesca, en un congreso de periodismo. Cubríamos el evento para contar todo en
otro blog, y lo hacíamos en grupos de cuatro. Cómo no, surgieron roces que tenían que surgir por nuestro bien, porque llevábamos unos días que las cosas no iban bien. Nos enfadamos y nos reconciliamos, como ocurre entre amigos, pero no voy a hablar de eso. Voy a hablar de las consecuencias, de otra chica que ni siquiera estaba en el ajo. Cuando discutimos, ella también se enfadó, y cuando lo arreglamos ella solo me dijo una cosa: Me has fallado. Típico en mí, me eché a reír y luego me enfadé. Pero este es un problema que viene de lejos. Desde hace unos meses hay gente que me tiene en un pedestal que yo no pedí, me adoran como un Dios que no quise ser. Para ellas soy el mejor, o al menos eso me dicen. Y ahora le he decepcionando. Otra periodista, a la que conozco desde hace más tiempo, me dijo que a ella no le había fallado. Ya te conozco. ¡Y esa es la verdad! No soy un héroe, ni pretendo serlo. Desde que comenzaron los piropos trato de rebajar esa imagen, de manchar la luz, pero la gente sigue pensando que soy superior, y ahora por fin se ha demostrado que no. En cierta forma, me alegro de haber tenido ese roce (solo por la desilusión, no por otra cosa). Sé que estamos es un mundo que necesita héroes, pero si construimos alguno ha de ser alguien que conozcamos poco, para que no nos enteremos de sus fallos. Por muy bueno que sea, el vecino nunca será un santo. Tiene fallos y aciertos, y nos esforzamos en ver solo lo bueno. Dejemos de ser niños, y comencemos a apreciar los fallos de cada uno. Un abrazo.