miércoles, 23 de septiembre de 2015

Muy bien, chaval, ya lo tienes. Has estado pidiendo el balón durante todo el partido. Siempre moviéndote en segunda fila, criticando lo cerca que estabas del área sin recibir la pelota ni una sola vez. En el descanso has llorado y has golpeado la pared. Pues bien, aquí tienes lo que querías, pero no la trates así. ¿Se te ha olvidado cómo golpear un balón? Esa es la portería, tienes que meter la cosa redonda en ese puto rectángulo. Deja de morder y pisar el esférico, el pequeño mundo de cuero sintético. Con cada golpe que le das, caen al suelo retazos de otras vidas, diminutos fragmentos de los tesoros que tenías y estás perdiendo con esta furiosa obsesión. No miras, ni siquiera creo que veas algo; permaneces anclado a una repetición mecánica de destrucción sin pena. Los demás jugadores seguimos a tu alrededor, esperando inmóviles algún gesto que no se dirija al balón. Un guiño o cualquier pequeño grito de ayuda y saltamos a por ti, pero no lo haces. Mira, chaval, ¿qué coño querías?

El balón me importa una mierda. Las bebidas derramadas, los hielos derretidos, las puertas abiertas y las listas de músicas en un bucle eterno. Quería el balón para comprobar que puedo darle una patada, echar una carrera y dedicar un gol a cambio de un par de tetas. Necesito la alegría de chapotear en un charco, volver a casa serpenteando cuando el sol ya brilla, acurrucarse en la cama mientras el mundo ya empieza a cuidarte. Quiero el balón para no oír los chasquidos de mis rodillas. Quiero el balón para retrasar mi jubilación. Quiero el balón para jugar una prórroga infinita.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.