miércoles, 16 de marzo de 2016

Miente. Miente mucho. Miente con regularidad, a diferentes personas y sin necesidad de motivo. Descubre sus reacciones y sus movimientos, las preguntas que hacen y sobre todo cómo contestas tú. Si crees tus propias mentiras, se convertirán en realidad. 

Las palabras no significan conocimiento. Basa tu discurso en datos y arrójaselos a la cara sin darles tiempo a reflexionar. La sabiduría es el contexto, la conexión entre esas cifras; déjales que hagan ese trabajo mucho más tarde. Cuando no te tengan delante no te harán más preguntas: asumirán que conocías las respuestas. 

Ni siquiera es necesario hablar del asunto en cuestión. Nuevas marcas, tecnologías, alguna discusión en el sector y casos de éxito. Da igual que sucedieran décadas atrás, tendrán el valor que tú les quieras dar. 

Adopta el tono irónico y distanciado que inunda nuestra era. Alaba los éxitos pero menciona sus grandes presupuestos, aunque no los conozcas. Explica ideas pero no te comprometas con ellas, deja que la conversación fluya y el interlocutor haga su propio resumen. Todas las palabras ya han sido dichas, así que no puedes comprometerte con ninguna. 

Recuerda que no estás conversando para exponer tus ideas o conocimientos, sino para encajar en la perfecta idea que han creado (o quieres que creen) sobre tu figura. Asegúrate de conocer su filosofía, sus ideas y proyectos. Nunca los cuestiones más allá de pequeños errores prácticos que tú podrías solucionar. 

Vende lo que quieras, el tiempo olvidará que alguien lo compró. 

Sonríe. Mantén la mirada. Gesticula. Fija la mirada en la mesa o en el vacío. Seduce. Muéstrate irresistiblemente vulnerable, de forma que tus errores formen parte de tu adorable personalidad y solo sean una nota de carácter. 

Y nunca nunca desees ser contratado. Elogia a tus enemigos, no escondas tus debilidades y nunca confíes en que te vayan a llamar. Así te aseguras que lo harán. 

Pero recuerda que no firmas un triunfo sino una cadena. El triunfo desapareció cuando cogiste el teléfono. 

martes, 1 de marzo de 2016

No encuentro el Amberes de Bolaño en ninguna librería. Alguien se me adelanta, retirando el libro de todas las estanterías, relegándolo a donde pertenece: la ensoñación veraniega de libertad. No podemos tocar lo que pensamos porque sería demasiado diferente, lo Real nos mataría. Perfumamos las rosas porque su olor Real no nos parece lo suficientemente real. Insertamos un día más cada cuatro años porque nuestro calendario no funciona. Cambiamos la hora a nuestro antojo, con una excusa más criticada que defendida. El juego se ha convertido en una profesión y el trabajo, en un game over y gastaste todas tus monedas. Las oficinas de empleo no buscan trabajo, solo controlan el paro. Las universidades no imparten conocimiento, solo aptitudes para jóvenes pre-parados y actitudes de sumisión para viejos post-adolescentes, conocedores de que nada es bueno. Preparamos cursos y congresos sin importar el contenido, solo por el diploma que acredite que hemos realizado un trabajo acreditable, un conocimiento mensurable y troceable y equiparable y... Siempre esperamos un y que traiga el último término de la enumeración, la palabra más importante que disfruta su trono sobre el punto final. El Deus Ex Machina que nos recoja de la garita de segurata en un parking de playa de serie B y nos corone en un Olimpo inmortal. No existe corona, los inmortales son bizcos o ciegos y nosotros nunca seremos plural porque nuestras palabras se pierden cada noche en una tormenta de barro. Por eso no encuentro el Amberes de Bolaño, porque no quiero ver los libros de papel sino las palabras del código binario, amor y muerte, en los huecos de las estanterías. Por eso y porque no tendría dinero para pagarlo ni valor para leer lo que nunca sé si existió.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.