martes, 30 de junio de 2009

Hablaba con un amigo sobre los blogs, sobre cómo nos atan y cómo nos cambian, pero comentamos un asunto de pasada que me parece demasiado importante como para olvidarlo: la realidad. Parece sensato preguntarse qué hay de realidad en los escritos de los locos, que eso son precisamente los blogs. En mi caso, bastante, pero no todo. Me han preguntado miles de veces de dónde saco la inspiración para escribir, y mi respuesta es siempre la misma: de la vida. Sin embargo, el problema surge al escribir, y es que los sentimientos aparecen desbordantes, arrebatadores, totales. Cuando hablo de una mujer, no puedo decir que es guapa, tengo que decir que es la más guapa. Cuando hablo de una mujer, no puedo decir que me gusta, no puedo decir que quiero estar con ella; no. Tengo que afirmar que la quiero, aunque solo me guste. En el blog, creo una realidad a partir de un detalle, de un sentimiento, que igualmente está ahí, pero no tan exhuberante. La realidad está ahí, pero con tacones y peluca, aunque sus ojos siguen brillando igual.

sábado, 27 de junio de 2009

Me sudan las manos. Acabo todas las palabras en "ao" y cuando hablo suelto tres o cuatro "digo". No sé andar el línea recta. No soporto dejar los brazos colgando, sin hacer nada, por eso siempre los pongo en jarras. Mi mano derecha es más grande que la izquierda. No puedo estar mucho pendiente del mundo, siempre acabo con los ojos clavados en el infinito. Odio el agua, odio las piscinas. No sé jugar a fútbol ni a baloncesto, ni puedo correr más de tres minutos. No puedo quedarme tres minutos quieto, siempre voy con el que está solo. Y sin embargo, te quiero. Cuando entras en la habitación, no puedo dejar de mirarte, aunque mi vista se clave en el cuaderno. Cuando bromeo contigo, caería de rodillas solo por el brillo de tus ojos, esos ojos que llevo grabados a fuego y a caramelo. Cuando me hablas, quiero que me abraces, y nos quedemos así para siempre, sin importar el frío o las personas. Te quiero, y por eso estaré siempre ahí, siempre esperando que me cantes una canción mirándome a los ojos, que discutas conmigo sobre el escaparate más tonto, o que simplemente me digas que soy bueno, no el mejor, solo bueno. Cada noche, cada día, pienso en ti, y me consuela imaginar que tú piensas en mí. Por eso te dedico estas palabras, porque si salen de mí, ya sabes que son tuyas.

miércoles, 24 de junio de 2009

Hay momentos en la vida en los que hay que pararse, y respirar. Cada día giramos más y más rápido, hasta que los días pierden su valor, y el tiempo es solo un concepto filosófico. Por eso hay que parar y mirar lo que hemos hecho, y lo que vamos a hacer, porque generalmente es en estos momentos en los que nos jugamos todo. Hemos ido jugando a vivir, creando proyectos y alianzas, como si fuera la vida un videojuego, pero aquí no existe el botón de pausa, ni la opción de cargar otra partida. Ahora estoy en uno de estos momentos. Termina el curso (aunque todavía queda un examen) y comienzan las vacaciones, y debo pensar. El año ha pasado demasiado rápido, han pasado demasiadas cosas, y todavía han de pasar muchas más. He cambiado mucho, y más que he de cambiar. Y, sin embargo, siempre hay puntos que permanecen, estelas que perduran tras el más furioso maremoto. En mí, estos puntos son los demás. En mí, estos puntos se han convertido en camino, piedras y bastón. Pero por fin me he dado cuenta de que eso es algo realmente mío. Si de algo ha servido este curso, ha sido para comprobar que mi vida son los demás, que mi felicidad es la de los demás, así como su tristeza. Sin embargo, esto que puede quedar muy bonito, tiene su contrapartida: si tu vida son los demás, ¿quién eres tú? Pues bien, todavía no he resuelto (o resolvido, que diría el moderador) ese interrogante, y algo me dice que me queda un largo camino por delante. Un abrazo.

PD: No viene mal insistir sobre el aspecto personal de este blog; no trato de molar a la gente, sino de escribir sobre lo que quiero. Que por algo es mío.

lunes, 22 de junio de 2009

Esta primavera he descubierto que tengo alergia, o al menos eso creo. Los estornudos y los ojos llorosos, antes ocasionales, se han convertido en compañeros de juego, en otro par de zapatillas. Sin embargo, no estoy tan descontento. He descubierto que me gustan los estornudos. Me gusta cerrar los ojos durante unos segundos, sucumbir al impulso de nuestro cuerpo y ser pequeños por un instante. No podemos permanecer con los ojos abiertos, es imposible. Es como si nuestro propio cuerpo tratara salvarnos del dolor del mundo por unos segundos; que mientras estornudes, no existan las muertes ni el sufrimiento, solo el estornudo. Porque el estornudo también es vida, también somos nosotros mismos quienes ponemos de nuestra parte al estornudar. Cada uno lo hace de distinta forma, gritando, suspirando, rugiendo. Cada uno reacciona de diferente manera: se apartan hacia un lado, agachan la cabeza, siguen como si nada. Además, durante esos segundos la vida nos inunda, somos un cable conductor de electricidad. El cosquilleo comienza, a veces incluso minutos antes, y es una sensación deliciosa, la misma que al acariciar el envoltorio del regalo. Ese cosquilleo va y viene, sube y baja, no permanece constante, no es predecible. Cuando la sensación aumenta hasta explotar, casi podemos respirar más aire, empezando por los pies y subiendo, agitándonos como una cometa hasta que lo soltamos. Durante esos segundos, durante esa explosión, la vida nos inunda, la vida imprime un color especial en nuestras mejillas, la vida nos da fuerzas para rugir al viento, y la vida también mancha el pañuelo. Un abrazo

domingo, 14 de junio de 2009

El pasado día 1 mi hermano y mi cuñada (en el fondo hermana) tuvieron un precioso hijo que se llamó Fernando. El parto tuvo complicaciones, lo pasamos todos mal, pero el chico mereció la pena. Pues bien, el caso es que me pasé horas mirando al bebé, lo tuve en brazos, pero no me sentía tío. Era como el niño del vecino, que te lo pasan para que lo admires, pero hay una mampara. Sin embargo, el otro día no sé qué estaba viendo en la tele que salió una guardería social, el único hogar que encuentran muchos inmigrantes en tierras extrañas. Vi a los niños y niñas jugando en el recreo, riendo, llorando porque no pueden jugar con todos los juguetes a la vez, y me emocioné. Me emocioné no por la escena en sí, sino porque imaginaba a Fernando así, sin juguetes, sin medicinas, sin futuro, y se me partió el alma. Di gracias a Dios por su situación afortunada, recé para que todo le fuera bien, que la vida fuera amable con él, pero también para que él supiera ser amable con el destino. Fue en ese momento, creo, cuando empecé a ser verdaderamente su tío. Un abrazo infantil, como deberían ser todos.

PD: Perdonad las pocas entradas de este mes, pero ya se sabe, los exámenes.

martes, 9 de junio de 2009

Mis manos sujetan con fuerza la pala. Los callos acomodan la madera, alguna madera se engancha en mi piel pero nada se clava. La cuchilla de metal se hunde en la tierra, en el cráneo de nuestra madre, y separa granos de granos, granos que irán a una avenida o a una pared. El sudor recorre mi espalda como una anguila eléctrica, que me obliga a cavar más rápido, antes de que el Sol se ponga. La tierra se va amontonando a mi alrededor, ¿cuándo he sacado tanta?, el agujero parece más una escalera al infierno, a mi infierno, que un simple vacío de contenido. Quizá el averno es eso, solo un vacío de algo que no sabemos si existió. Si fuera así, por fin he hallado el lecho para tu retrato, para mi calma. La gente pasa andando por la acera, niños con globos, abuelos con bastones. Esta es una calle más, este es un obrero más, pero en el montón de tierra que voy sacando puedo encontrar mechones de tu pelo, en ese volcán late en silencio tu mirada. Y yo sigo cavando, quebrando raíces para la vida, construyendo una tumba, no sé si para tu sonrisa o para mí.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.