domingo, 24 de abril de 2016

La vida es una poesía cuya rima no podemos apreciar porque estamos perdidos dentro de sus versos, luchando inútilmente por conseguir sus besos. El día del libro es un día de compra y de exhibición, nada de reflexión ni autocrítica porque nadie compra algo así. Los arcos exhiben glorias muertas que se retuercen sobre sus plumas, sonrientes de la atención que les prodigan desconocidos que no conocen sino su posición tras el tenderete. No hay contenido, solo forma. Fuera de este zoológico se pasea un Vilas temeroso de sí mismo, la única persona que aprehende la verdad en la literatura. La única persona que busca conocer más humanidad desde su hueco bajo la escalera, su mesa plagada de vacíos y piropos apresurados. Ese es el lugar donde las leyendas se hacen carne y donde se abren las cicatrices que se cerraron en falso. El delgado equilibrio entre la esperanza del niño que vivió y el hundimiento de la sociedad. Un espacio degradado porque es demasiado real para comprenderlo, para vivirlo sin que algo nos desgarre por dentro. Una incómoda convivencia entre A y B. A: lo que fuimos y aún somos, un conjunto de sueños propios y esperanzas depositadas por todos, un héroe que nunca podrá ser. B: lo que somos y en lo que nos estamos convirtiendo, un conjunto de manías heredadas y miedos adquiridos por una vida siempre cruel, porque nunca hemos recibido todo lo que mereceríamos. O eso creemos, hipócritas y ególatras y todas las esdrújulas inimaginables. Porque en el fondo, en la superficie y en el núcleo seguimos siendo niños asustados ante la siguiente estrofa, una vuelta de página que no nos brinde nada más. Por eso abandonamos esos poemas hirientes para refugiarnos en libros infantiles, novelas de jóvenes adultos que no quieren crecer para nunca vivir la realidad. ¿Quién quiere crecer cuando sabemos qué nos depara el tiempo? Quien piensa así es que no conoce el tiempo, la vida ni la muerte. Dumbledore tenía razón: la muerte no es lo peor que nos puede pasar. Somos nosotros mismos. Aún podemos conocernos. Solo así podremos cambiarnos. No es esperanza, es trabajo.

lunes, 18 de abril de 2016

Nunca he creído en el futuro, sigo dudando de su existencia, pero lucharé por conseguiros uno. Que llegue la primavera y podáis ver las flores ribeteando un campo verde, que se ondea al compás del viento. Que pasear por la ciudad o el campo siga siendo una opción, no una condena por nuestro pasado. Cuando crezcáis, os traeré las letras más sublimes, las notas más sobresalientes, las cuchillas más hirientes; quiero que conozcáis la vida para poder enfrentaros a ella. Nunca cometáis el error de acurrucaros en la burbuja, salid y pisad los caminos a vuestro propio ritmo. Luchad por aprender y refinar: no os conforméis con susurrar vuestro idioma, convertidlo en un Vonlenska que llene los corazones. Perdonadme que os hable en imperativo pero son demasiadas las cosas que compartir y muy pocas las palabras en mi mano. Podéis pisar, golpear y llorar, pero siempre sabiendo que lo estáis haciendo; los que os queremos os comprenderemos. Os daremos todo con una sola condición: disfrutadlo, porque los demás también querrán disfrutar con vosotros, porque habrá muchos que no lo puedan disfrutar a vuestro lado. En el fondo, solo hay un imperativo que me atrevo a imponeros: vivid vuestra vida y la de nadie más, vividla sin otro en vuestro lugar, vividla hasta el fondo y disfrutando del ardor de garganta. Vivid porque un día tendréis que aconsejar a los siguientes y más os vale tener una sonrisa grabada en vuestro rostro. Vivid y cread vida porque será el mayor regalo. Vivid y hacednos vivir. Por favor.
 

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