lunes, 29 de julio de 2013

Durante veinte años he vivido bajo un hechizo del que me ha costado despertarme. Alguien por inventar, ayer y ahora, todos los acrónimos inimaginables para ganar el favor de un vulgo ajeno. Mis decisiones e incluso mis sentimientos han sido modelados por esa tormenta de fina arena, una batalla que hiere sin doler. No sé si tener una carrera me ha valido para algo más que conocerme a mí mismo, pero mereció la pena. Por eso no me vengas ahora con lo que soy o dejo de ser, con lo que busco y lo que necesito. El carrusel argentino continuará por siempre, pero ahora tengo el horizonte de referencia. Obviamente no se qué se esconde tras la próxima subida. Lo que más me sorprende es que me encanta no saberlo, entretenerme en un qué minúsculo y precioso de conversaciones sobre comida, dolor de espalda o posmodernidad. Siempre he pensado que uno nunca es feliz si para a pensar sobre ello, pero estoy en una alegría calma que me acaricia el brazo con deleite. Por eso no te esfuerces: nunca has llegado a conocerme y nunca sabrás lo que pienso en realidad. ¡Si ni siquiera sabes cuándo disfruto! Basta que digas algo para que me vaya en la dirección contraria. Aunque no proteste, nunca llegarás a conquistar mi cabeza. No tenéis la razón, por mucho que os empeñéis y mostréis superioridad con cada músculo de vuestras faces. Si sois felices así, disfrutadlo, porque nunca os acercaréis a la realidad, a mí.

martes, 9 de julio de 2013

La gente muere a diario. Ya no en países lejanos, vídeos de pasada en un informativo. Mueren en tu facebook, en tu twitter, entre fotos de Londres y fiestas pasadas por vino. Tu vecino juega los fines de semana en tu casa pero estalla la guerra y tienes que matarlo. O mata a tu hermano. Y esto no es la noticia; solo un número más a la cifra que leerá el presentador durante las colas. La historia de una persona que cambia, que mata a aquel que abrazaba de pequeño, eso no importa. Eso pasa a diario, es un tema manido en novelas y películas y canciones y cuentos de hoguera. Un niño muere ante su madre, sus pequeños pulmones dejan de encogerse para reír. Sus manos ya no cogerán las suyas, ya no la empujarán hacia otro juguete estúpido, otra chuchería barata pero que debemos rechazar para educarlo. Pero ya no pensamos en eso, solo en pobres padres, qué golpe, ya nada será igual, y pasamos la página del periódico para completar el sudoku. Apartamos la mirada cuando vemos a un hombre dormir en un cajero, abrazamos a nuestra novia para que no le tema. Si mirasemos a esa persona a los ojos, a esos ojos que lloraron con Up o no parpadearon con La Guerra de las Galaxias, veríamos. A qué jugaba de pequeño, la primera chica a la que besó o esa canción que le recuerda a sus padres. Si hablasemos recobraría su voz, una narrativa desmedida porque no tiene oyente pero es puro sentimiento. La chica a la que protegió una noche, sin que ella lo supiese. Su pelo de vainilla. Pero nunca conoceremos más allá de sus riñones doloridos por el suelo, el pelo que no se atreve a tocar.

Hay vida real más allá de las palabras que expresan la tragedia. Unas manos como las nuestras, unos dientes que mastican como nosotros y más de un sueño en cada cabeza. Pero no queremos aceptarlos como personas, solo como palabras. Solo nosotros sufrimos: nos dejan, suspendemos, no tenemos coche, nos debemos quedar en casa un fin de semana. Todos sufrimos, muchos más que nosotros. No podemos quejarnos, debemos disfrutar por ellos de nuestras guitarras, nuestras cervezas y nuestros baños. Aunque desafinemos porque por dentro también estamos rotos. Aunque todo esté tibio y sin parecido con nuestros sueños/publicidad. Aunque las piscinas no terminen de llegar. La tragedia está a nuestro alrededor; refugiémonos en las pequeñas cosas, que son las que importan. Aunque no existan.

domingo, 7 de julio de 2013

Eso de que a veces una vida no es suficiente. Claro que lo es, el problema es que estamos más ocupados en organizar los capítulos que en dotarlos de contenido. La imagen sobre la vida, el eco por encima de la voz. Y así solo conseguimos perdernos en la espuma del mar, en vez de disfrutar una ola. De la misma forma que se puede escuchar música clásica en una discoteca, podemos hablar de literatura y putas sin que el concepto de realidad se vea alterado por completo. De hecho, solo así seremos completos. ¿Qué pretenden los que nunca se ríen de sí mismos, los que tienen razón siempre o los que nunca saltan y solo miran? ¿Qué sentido tiene no equivocarte si nunca corres delante de los toros, si nunca estás vivo? No se trata de beber y salir más que nadie, sino de hacer todo lo que sientas que puedes hacer. El mayor secreto de la vida es que nada nos impide vivirla, ni siquiera es difícil disfrutarla: solo tenemos que zafarnos de la autocensura, la peor de todas, y reír o golpear cuando queremos. Discutir sobre filosofía no te impide disfrutar con una canción cuya letra son solo tres vocales. Al revés, deberíamos darnos cuenta de que solo rompiendo las barreras que nos definen podemos encontrarnos. Y una vez que lo haces, ya no te conformas con escribir sobre ello. Vives todas las vidas que componen la tuya.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.