jueves, 29 de noviembre de 2012

Revolcaos en vuestros comentarios de apoyo, vuestras caritas sonrientes y vuestras felaciones mutuas. Me encanta que hayáis construido un grupo fuerte y unido pero, por favor, recordad que tenéis vidas propias. Podéis actuar sin tener que decírselo a los demás y buscar su aprobación. Antes de las tecnologías actuábamos sin pedir permiso, solo porque pensábamos que era lo correcto y lo hacíamos. La culpa no es del progreso sino de nuestra estupidez: cuantas más facilidades tenemos menos actuamos. En realidad, nos gusta el babero, protege de manchas nuestro corazón y nos ata siempre a alguien más guapo, más listo, más poderoso. Así, la mierda no cae sobre nosotros sino que la repartimos y la saboreamos entre todos. Pretendéis que nos revolquemos en vuestro estiércol y encima alabemos vuestro cabello sedoso y brillante. No vamos a seguir tus palabras como marionetas, tus fotos no sirven más que para demostrarte tu poder, que no eres una paria sin padre ni familia. Ya no somos niños solitarios, ya no somos negros recogiendo algodón. Vuestra ropa, vuestros ojos, vuestras manos ya no son nada para nosotros. Hace tiempo que perdisteis lo único que era realmente valioso: la unicidad.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

No hay futuro, dices. Te equivocas. Lo que te da miedo es el vacío, las vías cortadas porque toca abandonar el convoy. Desde pequeños nos han criado para crecer sin madurar, siempre verdes y tiernos para mantener nuestro jugo. Exprimirnos es una delicia. La escuela, el instituto y ahora la universidad. Todo es un ciclo ininterrumpido para que nunca seamos adultos. En cada clase se nos imparten supuestos conocimientos, contenidos estancos y más infalibles que el papa. Nosotros no preguntamos, no cuestionamos. Los profesores no van más allá, no relacionan. El temario es este, la selectividad nos hará estas preguntas. Y seguimos adelante. La universidad ya no es la ciudad del conocimiento, la resistencia y la utopía. Bolonia y la estupidez la conquistaron y ahora tiene que ser eficaz. Durante todos estos años ha sido la institución más útil, formando en el sentido estricto de la palabra. Pero claro, estaba desconectada de la realidad y no servía para nada. Para solucionarlo, vamos a poner a profesores idiotas y temarios aún más estúpidos, para que nos aplaudan cuando hagamos bien una presentación en power point (¿software libre, qué es eso?). Y así pasamos los cursos, salvamos los trastos y obtenemos un bonito título universitario, un papel que una vez significó algo. Nos encontramos en la calle, sin ser nadie: sin pasiones, sin gustos, sin conocernos y sin madurar. Cuando la mano invisible nos acercaba el biberón, cuando teníamos trabajo y casa y pareja y perro/niño, todo iba bien. Ahora que la meta se ha desvanecido, solo ahora, lloramos. Nos damos cuenta de que a nuestros 23 años estamos vacíos porque han matado al niño de nuestro interior y no han dejado crecer al hombre. Mataron a la bailarina pero ahogaron también a la matemática. Pero lo mejor de todo es que no luchamos por mejorar las cosas, sino por no ir a peor. Las clases en la calle, las encerronas y las cerraduras selladas buscan seguir como estamos, con la misma mierda que encharca nuestros pulmones. Nadie se plantea un futuro mejor; simplemente quieren seguir drogados. Esta dictadura venció el día que diseñó su propia resistencia.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Leerte significa oleadas de desidia, odio mal perdonado y envidia. En toda no-relación siempre hay envidia, en algún sentido. Aun así, eso no te da permiso para reconstruir tus estatuas y reasfaltar las calzadas, rotas por los raíles del tranvía. El tiempo pasa por mucho que pulsemos el botón de pausa, la gente crece y muere, tienen esa obsesión. Las palabras vuelven con el viento y se instalan en el frío, en cada herida que tarda en cicatrizar. Ahora cortan como un cuchillo: no matan pero separan sin posibilidad de unir. El tajo permanece intacto, las dos mitades casan como un puzzle, pero ya no hay manera de unirlas de nuevo. Los adverbios de tiempo cobran una importancia excesiva en tu relato y los pronombres no dejan de ser palabras, lejos de brillar como cualquier mirada. Saluda si quieres a Jude, hace tiempo que le dispararon. Recupera a vampiros y hombres lobo, fiestas rutinarias y bombas de humo. Ya ni siquiera esbozas un beso como defensa improvisada, para qué. El alcohol y el amor al pasado es lo único que nos mantiene en el mismo alambre, uno deseando saltar y otro trepando. No quería escribir sobre ti, sobre vosotros, pero mojáis mis dedos y todo lo impregno con esa saliva de autocompasión, azúcar destilado y aire respirado de boca a boca, sin renovar ni escapar. La libertad es una pesadilla de la que queremos despertarnos sin levantarnos de la cama. Seguid con vuestros juegos que yo me centraré en mis trucos. Como siempre. Por fin el tiempo está de mi parte.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los dedos bailan alrededor, como las agujas del reloj vaticinando la mejora que todos deseamos. Poco a poco el velo se desvanece y la sangre, las entrañas salen a la luz. Levantarse, abrir cajones, amontonar productos para volver a sentarse. Los ríos se desbordan, la gangrena devora algo más que un trozo de carne. La mano delicada, vestida con guantes de látex que relucen como la seda. Los dedos son auténticas agujas que presionan en el punto adecuado, acupuntura que expulsa los demonios. Puedo ver cómo las sombras se deslizan bajo la puerta, los miedos abandonan la sociedad. El suero limpia mucho más que nuestras mentes. Al salir de casa preparé un grito, una excusa; nada hizo falta. Las mentiras, los brotes verdes, quedan muy lejos de esta consulta, de este confesionario. Cuando entré el miedo llenaba mi mente, nuestros corazones, nuestras calles. Nos impedía ser nosotros porque nos buscábamos desesperadamente. El apósito de plata nos conquistó sobre los brillos del oro. El silencio de noche inundó las calles con una luz serena, sin grandilocuencias ni promesas de una utopía. La distopía espera, nosotros lo sabemos. Pero ahora nos enfrentamos a la herida sin vendas, dejamos que cicatrice con el húmedo calor del radiador. Hemos vuelto a amar animales, plantas, personas, lugares. Nos amamos a nosotros mismos sin inventarnos un alter ego superior. Salimos del médico cojeando pero contentos porque somos nosotros, porque somos pueblo.
 

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