martes, 22 de octubre de 2013

Quiero saber cómo te estremeces en una película de miedo, en una noche de diciembre y viendo el telediario. Cuántas veces te han empujado contra la pared, cuántos labios has mordido. Si das besos en el cuello o en los hombros. Coges de la cintura o te aferras a una mano. Dedos entrelazados o meñiques enganchados. Si fumas hasta quemar la boquilla o los arrojas a medias. Deseo quedarme en tu mano agarrando el botellín de cerveza, tus labios sobre la boca, tu garganta tragando. Con qué lado masticas la comida. Cuál fue el primer chico que besaste. Cuál el último. Quién te hizo gritar por primera vez, en todos y cada uno de los sentidos. Qué películas comentas y en cuáles exiges silencio. Si te duermes en mi hombro o en mi regazo. Qué ojo guiñas. Tu camino hasta la universidad. Qué cosas has chupado. Necesito saber dónde guardas los libros, cómo lees. No me importa qué lees, solo que lees. Qué se siente al ser tú, sin creerte todo lo que te digo. Cuántas veces has mordido un hombro, un brazo. Cuántas patadas en los huevos has dado. Tus pesadillas, tus fobias, tus manías, tus aspiraciones. Tu política, tu ética, tu literatura. Tu cara al hablar por teléfono. Tus dedos jugueteando cuando no piensas. Tus caricias. Tu mano. Tu porqué. Tu vida. Tu nosotros.

lunes, 21 de octubre de 2013

El niño entra corriendo a la librería. Tiene el tiempo justo para comprar un libro, un solo libro, antes de que su madre salga de la peluquería. No pasa nada, siempre hace listas y listas de libros por comprar, autores interesantes o títulos guays. ¿Cuántas veces ha comprado un libro solo por la portada o el título y se ha encontrado una joya? Además, justo le habían hablado de uno en especial. Pregunta por él, casi salivando, pero no lo tienen. Bueno, no pasa nada. Por libros será. Recuerda un par más, pero son difíciles de encontrar, seguro que no los tienen. ¿Cómo se llamaba el libro aquel...? Bueno, da igual, si mira los lomos seguro que hay alguna presa interesante. Los autores extranjeros siempre han tenido más chicha, son para saborearlos despacio, justo como a él le gusta. Recorre toda la estantería sin encontrar ni uno solo que le guste. Bueno, pero alguno tiene que haber. El niño comienza a ponerse nervioso. Vuelve al principio y va más despacio, pero encuentra la misma mierda. Bueno, alguno que sea curioso, alguno que me llame la atención. Nada. Lee los títulos pero ninguno conecta con él. ¿Qué ocurre? Joyce Carol Oates, David Foster Wallace, Antonio Muñoz Molina. Ya no son sentimientos, ya no son historias, son solo datos. Entradas de Wikipedia, referencias en un paper, epitafios de una pasión. El niño empieza a sudar, las tijeras en la peluquería están trazando el final y él no encuentra un libro. ¡Decídete, rápido, no seas tonto, te gustan todos! Temblando, los ojos anegados, encuentra la sección de clásicos. Muertos de otra sociedad, discursos que justifican estructuras sepultadas por el viento. El niño rompe a llorar y coge un título conocido, sin recordar que empezó ese libro y lo dejó porque no le gustaba. Paga y, todavía con respiración irregular, vuelve al coche con su padre. Arroja su última adquisición en el maletero, con la esperanza de que nunca salga de allí y no le recuerde su fracaso.

martes, 15 de octubre de 2013

No cantes, sirena, ni siquiera hace falta. No te molestes en enseñar los pechos o soltar tu melena al viento porque ya me has secuestrado. Mis palabras, mi silencio, mi escepticismo, todo ha caído al suelo ante una simple mirada tuya. Me até al mástil. Me recordé una y otra vez el veneno de tus colmillos, tu lengua bífida, las escamas que me desollarán como intente amarte. Y sin embargo, una vez más suspiro por tu canto. Sueño con bañarme en tu perfume, perderme en tu cuello y no salir nunca de ti. Amo tanto la rosa que no me pincharé con las espinas. Grito y me libro de las cuerdas. Salto al mar y nado hacia tu roca, pero me detengo antes de llegar. Ya nada es como otras veces. Tus palabras no resuenan como un ángel en la iglesia. Tus ojos ya no me sacan el alma. Sonrío y doy media vuelta, pensando en cuántos días durará esta calma, hasta que vuelva a fletar un barco para estrellarme contra tu roca.

lunes, 7 de octubre de 2013

Escucha la canción solo una vez más. No te vayas a dormir todavía, visita otro perfil o sigue mirando fotos viejas. Haz lo que quieras, pero no te levantas de la silla, no te acuestes aquí y te levantes allá. El tiempo sigue empujándonos por las escaleras pero jugamos a perdonarle. Sueño con despertarme y volver a caminar todavía una calle de 300 kilómetros, entrar en esa clase por primera vez, poder abrazarla una vez más... Soy tan iluso que cuando abro la puerta, aún espero encontrarla cocinando y darle un beso por sorpresa, que se asuste. Que todos los sustos fuesen así. Que aún compartiese la manta, que aún me diese la razón, que aún siguiese siendo ese niño bueno. Ojalá no hubiese descubierto que no solo los cuerpos mueren, sino también los sueños, las esperanzas y las ganas. Sigue viendo fotos viejas, pensando en cómo serían hoy en día. Escucha la canción solo una vez más.

domingo, 6 de octubre de 2013

Sonríe con timidez mientras deja la flor encima de su mesa. Una rosa recién cortada de su jardín, envuelta en papel de plata para evitar que pinchazos con las espinas. En cada pliegue, el niño se mira, eufórico cuando su profesora le da un beso de agradecimiento. Ya piensa en el siguiente paso hacia su sonrisa, su perfume, sus abrazos. En el recreo, los demás juegan fuera mientras él la ayuda a recoger pinturas y sillas. No hace falta, ve con los tuyos. Para él no hay nada fuera de la habitación, solo ella. Se recrea en su voz, en sus gestos, no ve el mundo que lo rodea. Renuncia a recreos, postres y juegos. Reprime lloros, enfados y problemas. Reúne siempre fuerzas para una sonrisa, una caricia, una pregunta. Siempre recibe un abrazo o un beso en la frente, y es feliz. Es algo más que un niño encaprichado, una obsesión de madrugada. No está enamorado, no. Es una ensoñación. Una burbuja que se pinchó en un recreo perdido más. El sol entra por las ventanas, los niños se divierten al otro lado del cristal. Él la observa ordenar los rotuladores, el pulcro escritorio, un breve temblor en su rostro. Corre hacia ella y se abraza a sus piernas, roza su cintura con la cara. Ella no dice nada, solo sonríe, pero él reconoce que todo se rompió. Al día siguiente no hay rosa, pero el niño sigue sentado en su pupitre durante el recreo, incapaz de salir de esa clase. Su clase.
 

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