domingo, 6 de octubre de 2013

Sonríe con timidez mientras deja la flor encima de su mesa. Una rosa recién cortada de su jardín, envuelta en papel de plata para evitar que pinchazos con las espinas. En cada pliegue, el niño se mira, eufórico cuando su profesora le da un beso de agradecimiento. Ya piensa en el siguiente paso hacia su sonrisa, su perfume, sus abrazos. En el recreo, los demás juegan fuera mientras él la ayuda a recoger pinturas y sillas. No hace falta, ve con los tuyos. Para él no hay nada fuera de la habitación, solo ella. Se recrea en su voz, en sus gestos, no ve el mundo que lo rodea. Renuncia a recreos, postres y juegos. Reprime lloros, enfados y problemas. Reúne siempre fuerzas para una sonrisa, una caricia, una pregunta. Siempre recibe un abrazo o un beso en la frente, y es feliz. Es algo más que un niño encaprichado, una obsesión de madrugada. No está enamorado, no. Es una ensoñación. Una burbuja que se pinchó en un recreo perdido más. El sol entra por las ventanas, los niños se divierten al otro lado del cristal. Él la observa ordenar los rotuladores, el pulcro escritorio, un breve temblor en su rostro. Corre hacia ella y se abraza a sus piernas, roza su cintura con la cara. Ella no dice nada, solo sonríe, pero él reconoce que todo se rompió. Al día siguiente no hay rosa, pero el niño sigue sentado en su pupitre durante el recreo, incapaz de salir de esa clase. Su clase.
 

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