viernes, 24 de mayo de 2013

Viste la luna una noche, no vivas pensando en habitarla.
Hay trenes que nunca pasaron, solo era una farsa.
No cuentes las millas porque nunca mandarás una carta.
Quema los libros, quémalos ya.

Santander es solo un punto en el mapa,
nunca vida ni tiempo ni caras.
Olvídalo, desiste de visitarla.
Solo queda esa bolsa de patatas,
una risa que nunca acaba,
enamorarla con la guitarra,
amarla.

Pero la verdad desagradable asoma;
tus recuerdos son falsos, solo una broma,
y esos árboles solo alimentarán la carcoma.
Diviértete hasta que tu casa arda.


domingo, 19 de mayo de 2013

Hay una gran delicia escondida en dejar colgar los pies. Asumir que el suelo huyó de nuestras raíces y solo hay aire. Frío vacío. Los tobillos, siempre a noventa grados, deben definirse; ya no vale ser un mártir, asumir esta forma por el resto del cuerpo, sino que te toca vivir. El movimiento ya no es rígido, siempre hacia delante, sino que el tiempo se arremolina como las ondas en el agua. Nuestros apéndices juguetean como dos cerezas hermanas, finalizadas pero sin llegar a su meta. Se golpean entre sí como canicas o, peor aún, simulan una tijera, deseando volver a andar para no tener que pensar. Cuando confiamos nuestras piernas al aire, nos sorprende descubrir que pesan, que tienen volumen y también protestan. No podemos creernos que tenemos que trabajarnos el camino: equilibrio y ritmo no son conceptos filosóficos sino nuestra vida diaria. Y no lo vemos porque solo miramos el horizonte. El paisaje, la compañía o el vacío, la lluvia. Solo cuando surge un problema y perdemos nuestro equilibrio, nuestro ritmo, solo entonces vemos los dedos ridículos, las venas gruesas y los callos. Creamos sonetos de los ríos de oro, los panales de miel y los bosques más espesos. Sin embargo, perdimos el sentido de lo esencial, de lo real, de lo que nos sostiene. Por eso, si vamos caminando nos ciegan los ojos, los labios, las metas. Nunca pensaremos en los pasos que hay que dar, en qué piernas estamos forjando, sino que solo nos preocupa llegar hasta nuestra diosa.

martes, 7 de mayo de 2013

Cuando te conocí estaba enfermo. Aún lo estoy, pero lo voy llevando. Desde entonces, tengo que añadir una sonrisa a cada frase, para que no me malinterpreten. No digo que esté mal, solo que está de más. Antes me conocían y sabían qué decía. He cambiado un poco, es verdad, pero no más que las montañas. Sois vosotros quienes habéis cambiado. Tampoco es una queja, ojo, ni un reproche; solo trato de constatar lo que es obvio. Antes sudaba y era yo. Solucionaba cosas y era yo. Comprendía y consolaba y era yo. Ahora soy el que tiene que esconderse, callar y obedecer y callar porque no entiende nada. Era el mejor dando abrazos, era sabido por todo el mundo, pero ahora no hago más que recibirlos. Y encima tengo que aceptar con gozo paseos espinosos, regalos de refilón. Y obedecer, porque mis ideas no le gustan a nadie. Y sonreír, siempre sonreír, porque nos lo estamos pasando bien, porque lo que disfrutamos lo hicieron otros y no yo. Mira, es que me canso ya de bufar con cada corte, callar con cada lenta puñalada, jugar solo entre bambalinas. Normal que sea violento si me convertí en la sombra de mi persona, y ahora tengo que seguir sus pasos a desgana. El mundo se movió y yo no probé el chocolate. Y me alegro, porque ni siquiera quiero tocar vuestra comida. Me da igual que despreciéis mis bocadillos, porque son míos y los disfruto pese a vuestras miradas de prepotencia. Reíd si queréis, solo estáis dejando bien claro de qué os alimentáis en realidad.
 

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