viernes, 29 de febrero de 2008

Los peces de la burbuja lo saben. También los caballos del cuadro están al tanto de la noticia. El único que todavía no está al corriente es el gran caballo de plástico. Antaño envidiado por todos, ahora languidece en un rincón del trastero, donde la lepra amarillea su piel de suave y corto pelaje. Su silla que albergó siglos atrás al gran héroe nacional es roída por los ratones, que nada saben de indios ni de honor. Sus crines que antaño avergonzaban al mismo sol ahora se han cubierto de mugre y polvo, y entre las recias hebras pequeños ácaros juegan a fútbol. El gran corcel que relinchaba cada mañana cuando corría hacia el amanecer tose; la bronquitis invade sus pulmones y el reuma, sus patas. A veces en sueños estira las patas, y los soldaditos se ríen de él; galopa por verdes praderas, y el viento limpia sus canas. Pero siempre despierta, y por la ventana, amenazante, sonríe el contenedor. La escalera de antigua madera cruje bajo los pies del mismo muchacho que un día lo quiso. Una mano que antaño acariciaba abre la puerta a la escalera y a la fatalidad. Una bicicleta reluciente descansa contra la amarillenta pared; ha estado galopando con él. Los gritos de alegría llegan hasta el purgatorio de Rocinante, de Babieca, de Lucero. Los padres sonríen abrazados en la puerta al ver a su hijo que se cae. Típica escena familiar, si no fuera por el hermano feo que espera la muerte en su cárcel, futuro taller. El niño, sin respeto hacia la reliquia que tiene delante, deja la nueva amante en el rincón de la antigua, y esta es llevada lejos de él, a los brazos de Perséfone, la única que cuidará de él. Sin embargo, el gran caballo no piensa en otra cosa que en su jinete, que ahora le sirve de montura hasta el contenedor, y en el latido de su corazón. Sabe que aunque ahora no comprenda, llegará un día en que pensará en él, y llorará en silencio. El caballo llega a su parada, con la sonrisa del que ve la muerte, pero no la teme.

miércoles, 20 de febrero de 2008

El sol, afixiante, reluce en las alturas. Mis pies se hunden en la suave arena, a cada paso, y la arena lucha por ascender poco a poco entre mis dedos. No llevo mochila, pero mi equipaje me lastra, haciendo que mis pies no quieran abandonar la cálida y aterciopelada arena, que me incita a sentarme, a abandonar mi plan. Sin embargo, debo seguir adelante hacia mi objetivo, niguna parte, lejos de todo. Atrás dejo mi casa, mis amigos, mi alienante rutina, pero no mis problemas. Ellos vienen a mi lado, susurrando al oído palabras de desaliento, de frustración, de errores que se enquistan, atrapando a la bella sirena en un mar de petróleo. Yo sigo mi ruta hacia la tormenta, donde las hachas de fina arena arrancaránla carne de mis huesos, abandonando los restos a los carroñeros, que sólo dejarán unos pocos huesos. Pero incluso en esos huesos todavía se podrá leer mi amor por ti, faro en las tinieblas, castillo de humo, pura ilusión, guía férreo.

sábado, 16 de febrero de 2008

Mira las estrellas. Lejos de nosotros, muy lejos, brillan para nosotros. Engarzadas en el telón de la noche, bailan eternamente para nosotros, por nuestro amor. El suave viento que levanta tu melena, cómplice, también lo hace por nosotros. Sólo busca despeinarte, ver el cuadro tras la cortina, esa belleza salvaje que tienes al levantarte de la cama, ese gesto apresurado que busca la normalidad. Sólo por ver las pequeñas manos intentando ordenar ese océano de oro, pero que juguetean con cada hebra que conforman esa eternidad. Busca en tu boca, ese pequeño cofre, el secreto del mundo, de las mareas, de la lluvia. El reflejo de la luna en el río, rebelde, nos deslumbra para que entornes los ojos y ver ese gesto tuyo, esa expresión que nadie consiguió arrebatarme de la memoria. La luna proyecta nuestras sombras recortadas, juguetonas, contra el río, que sigue su camino hacia el mar. Y tú sólo deseas ese río, que se escapa de entre los dedos.

miércoles, 13 de febrero de 2008

En mi interior, en lo más hondo de mi ser, vive un verso. Un verso no sé si de amor o de desesperanza, de un futuro lejano o de tus manos. Un rezo que me ha acompañado desde que nací, protegiendo mi corazón como una coraza. Este verso lucha por salir, y no puede. Por un lado, cuida de mi corazón macilento. Por otro, no puede salir del mar de espinas y dulces que lo anclan a lo más hondo de mis entrañas, agonizando, dejando escapar un suspiro con cada latido de mi desvalido corazón. Pero cada latido de este soldado aporta nueva savia al reo, que se ve insuflado de nuevos ánimos para luchar. Poco a poco se va inflando, lleno de sueños que nunca tomarán forma. Las zarzas muerden la coraza, pero el frío metal parte las finas ramas como las promesas del ayer. Se va llenando de luz, luz que mi cuerpo ahoga, sumergiéndola en un oscuro lodazal de retórica. Algún día todo arderá, y yo también seré luz, como ese verso que ha esperado durante tanto tiempo. Luz como los antiguos, bajo cuya sombra nos escondemos. Poesía como tú, pero nunca tan perfecta como tú.

sábado, 9 de febrero de 2008

Pobre lobo. Atrás quedan las noches solitarias en el bosque oscuro, corriendo entre árboles y ríos. Sus patas añoran ese suelo húmedo, blandito, en el que se sentaba y respiraba tranquilamente en medio de la nada. Y sobre todo, ella. La luna. Ese disco de promesas, de sueños inalcanzables, pero sueños dulces, a los que cantar y aullar. Sin embargo, ahora ha vuelto al lugar donde nuca tuvo que haber estado, la jungla humana. Allí los sueños son relegados a oscuros callejones, entre jeringuillas y faldas cortas. Los humanos andan nerviosos de un lado a otro, intentando ir rápido sin correr, sin sentir el rítmico latido en su interior. Y en medio de todo eso, el lobo gime, sin atreverse a aullar, a cantar, por miedo a que los demás lo miren. Todo eso, simplemente por ella. Por ver su cara, más cercana que la luna. Por su pelo, acariciado por el viento, mostrando una gama de colores más amplia que el oscuro bosque. Pero sobre todo, por su canto, por esa risa melodiosa, llena de ricos y exuberantes acordes que paran el trotar del mundo. Cada día aparece por su calle, apaleado por el amor, atado a ella por su sensualidad, por el baile de sus andares. Ha dejado atrás todo aquello que amaba, que disfrutaba libremente, para recibir un bozal y una correa, y suspirar por ella en silencio, en sus adentros. Pobre lobo.
 

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