miércoles, 20 de febrero de 2008

El sol, afixiante, reluce en las alturas. Mis pies se hunden en la suave arena, a cada paso, y la arena lucha por ascender poco a poco entre mis dedos. No llevo mochila, pero mi equipaje me lastra, haciendo que mis pies no quieran abandonar la cálida y aterciopelada arena, que me incita a sentarme, a abandonar mi plan. Sin embargo, debo seguir adelante hacia mi objetivo, niguna parte, lejos de todo. Atrás dejo mi casa, mis amigos, mi alienante rutina, pero no mis problemas. Ellos vienen a mi lado, susurrando al oído palabras de desaliento, de frustración, de errores que se enquistan, atrapando a la bella sirena en un mar de petróleo. Yo sigo mi ruta hacia la tormenta, donde las hachas de fina arena arrancaránla carne de mis huesos, abandonando los restos a los carroñeros, que sólo dejarán unos pocos huesos. Pero incluso en esos huesos todavía se podrá leer mi amor por ti, faro en las tinieblas, castillo de humo, pura ilusión, guía férreo.
 

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