jueves, 25 de noviembre de 2010

Cuando llego a casa, por la noche, me siento en mi sillón, me tapo con la manta, y creo conversaciones. Imagino frases posibles solo en mi mente, frases que parecen más sacadas de una película que de una vida. Por un instante, los diálogos tienen un sentido, y cada palabra da pie a la contestación. Un juego de palabras encadenadas con una lógica perfecta, un sentimiento puro e incontestable en cada una de las situaciones. Así, creo una conversación en el autobús. Anochecer con lluvia, él la tapa con el paraguas. Piropos y más piropos encubiertos, verbos pronunciados con una ligereza que no oculta el deseo. Las palabras se van acabando, como el espacio entre ambos, hasta que se besan. Madrugada en un bar, lleno de gente. Dos enemigos se encuentran y se saludan por su supuesta amistad. Cada comentario busca que salte la chispa en el otro, pero el bien siempre encuentra esa grieta por la que zafarse de la trampa, y es el mal, el indiscutible mal, el que llora como un niño pequeño en el suelo. El mal siempre acaba inerme, inerte. En mi mente, las despedidas siempre tienen lugar en los aeropuertos, y nunca en un paso de peatones. La última llamada a los pasajeros de un exótico vuelo siempre es mejor que una figura verde que parpadea. Las frases reflejan todo lo que quieren reflejar, no se pueden interpretar con miedo, ni con rencor. El sentimiento es siempre uno, y puro. En mi mente, quien juega con los sentimientos es pisoteado por la verdad, por la luz. En mi mente, la luz es el bien, y la oscuridad el mal. En mi mente, la luz del sol siempre se refleja en los ojos de ella, y el alcohol solo tumba a quienes tienen que caer. En mi mente siempre brilla la luz, y un atardecer eterno cae sobre las parejas en un café parisino. Pero fuera de mi mente, fuera de mi manta, nunca pasa el autobús.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Me gritas desde lejos, me sonríes, y aceleras el paso. Él permanece quieto, su cara es siempre la misma. Pasitos cortos, que no llegan a ninguna parte. Traje, sombrero, un hombre perfecto según el antiguo modelo, pero ya no puede cortejar a ninguna mujer. Sus labios ya nunca más dirán un piropo que rompa un corazón. Me hablas de una fiesta el sábado, de alcohol gratis y chicas baratas, me hablas de una vida que él ya no tendrá. Me hablas de saltar, de besar, de tumbarnos en la hierba mirándonos hasta el mediodía. Él apenas puede tumbarse en la cama. Tu lengua se mueve mucho más lento que tu mente, las ideas se te agolpan, y ahora hablas de esta noche, saltas al ayer, y vuelves a esta mañana. Sus labios y su mente van a la vez, sincronizadas. Nada en ambos, solo un repiqueteo. Como un grifo abierto. Mueve el labio inferior, apenas por instinto. Arriba y abajo. Como si sólo intentara decir mamá una y otra vez. Un niño de ochenta años que busca el regazo de su madre. Un abrazo cuando tiene frío. Poder ir a su habitación a medianoche o al amanecer, cuando los monstruos ataquen. Tener siempre una mano que coger. No tener ni miedo ni frío. No temer ni mañana ni siguiente, pero sobre todo no temer ahora, esta hora y este minuto, este paso y el siguiente. No temer desaparecer sin dejar rastro, o peor, ser el único que no desapareció. Sigues hablando, hasta que el reloj te recuerda que llegas tarde, que él sigue ahí. Te despides, lo tocas del hombre, y seguís vuestro camino. Yo sigo quieto, mirando cómo se desborda el río.

domingo, 7 de noviembre de 2010

En la distancia es fácil idealizar los rostros, recordar olores mucho más nítidos de cómo eran en realidad. En la distancia el viento nunca corta los labios, sino que levanta el pelo en blando movimiento. En la distancia el frío es una taza de leche caliente, una conversación a las 8 de la mañana, cuando nadie ha llegado. En la distancia, las fiestas son eternas, perfectas, con gente que siempre sigue bailando. En la distancia, los rizos son siempre elásticos, y el rubio es el oro más puro. El problema de la distancia es cuando esta desaparece, y la vida se vuelve realidad. Entonces, los puntos negros rompen el maquillaje, y los pañales huelen a mierda, y no a aloe vera. Pero esto es lo realmente maravilloso, cuando las cosas son distintas a como las recuerdas, pero ves que debajo el sentimiento es el mismo; cuando las paredes han sido pintadas de otro color, pero todavía se ven los nombres y las fechas grabados debajo. Cuando los amigos, la familia, el hogar, el trabajo, todo sigue su camino, todo sigue cambiando detrás de ti, pero siempre tienen un lugar para ti. Y mejor de lo que habías imaginado, por muy difícil que pudiera parecer. El calor de un abrazo es algo que nunca puede imitarse en un sueño.
 

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