viernes, 15 de julio de 2016

El mundo es algo vacío si no tenemos una mirada que destaca algo sobre la inmensa estepa. Un bocado de tierra que solo riega un amor que puede adoptar mil rostros: imposible enumerar aquí todos ellos, solo recordar la fuente de donde manan todos los manantiales. El jardín donde florecen las sonrisas y maduran las caricias hasta encontrar una piel única. Ese compás que enseña el pulso de la alegría y las corcheas exageradas del dolor. El mundo no da una sola vuelta sin que, en silencio, sonríe al pensar en toda la felicidad que se desborda a mi alrededor gracias a ti. Un pecho que acuna gritos y lágrimas porque conoce la humanidad como nunca podrá concebirse, como solo una madre puede acariciar los cabellos de su hijo siempre perdido. El día vendrá y volverán las canciones, las antiguas grabaciones que causaban dolor y ahora se canturrean con melancólica alegría en los días de limpieza. Una existencia plegada hasta el infinito porque el espacio no es sino la manifestación de esas manos que siempre trabajaron por los demás. Camino titubeante por un sendero que oculta su final y sus lindes, un camino que más parece un campo abierto a la vida. El horizonte es un círculo que me rodea con suaves promesas y cariños que nunca merecí. Porque ese es el encanto de la vida: no importan los errores que cometas, siempre habrá gente que te quiera y te abrace con una simple sonrisa. No habrá fin para los lugares que vivimos, los momentos que compartiremos hasta el último guiño, los miedos que provocan risas vistos desde el futuro. Una tormenta no amenaza si no nos escondemos de ella, si bailamos mientras el vendaval se desata sobre la tarta de bodas. No hay frontera ni distancia que nos separe si cada sonrisa y cada lágrima de felicidad portan con orgullo tu bandera. No habrá final mientras alguien siga sintiendo el compás.
 

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