sábado, 29 de diciembre de 2012

Ser libre no es hacer lo que quieras, sino no depender de nada.

PD: Nada se acaba

sábado, 22 de diciembre de 2012

Aunque se os haya olvidado, podéis vivir fuera del círculo verde. El recinto de seguridad solo marca lo aburrido, lo convencional, lo que te ves obligado a hacer/decir aunque sabes que no es real. Lo real existe al otro lado de esa línea. Y, lo más importante, no me importa una mierda qué habéis comido. Aunque eso sí, aún es peor no poder dejarlo todo al margen y tener que comentar cada rebuzno del hombre de paja. Déjalo todo y vive. Escribe en el barro y ríete aun del mismo dolor. Pasa días enteros en un sótano y gánate dibujos y apodos, para que años después todavía lo añores. Y ante todo, pasa página. Nada volverá a ser como antes, ninguna noche será tan mítica como las que tu memoria ha adornado. No es que cambies tú, es que cambia el mundo. Gira y los litros se convierten en botellines, las discotecas en dianas y los hielos en dardos. Lo valioso en todo ese movimiento es lo que se ancla al eje, las personas que nunca desaparecen y las caricias que siempre perduran. Precisamente porque nunca se te han colgado del cuello, por eso son tan importantes. Historiadores, amigos del alma, pompones a ras de la mesa, extranjeros y cantantes. Allí donde solíamos gritar ha cambiado y, aunque no hay silencio, la risa solo es un rumor de fondo. Tómate una cerveza y alimenta esa hoguera.

jueves, 20 de diciembre de 2012

La gente buena se merece que le pasen cosas buenas. No es que la vida se limite a darte lo que has entregado, un mero intercambio, sino que tú provocas esa reacción. Si sonríes, la lógica y los sentimientos te dicen que el sol brillará más. Si das la mano, alguien te dará el brazo. Pero ojo, nunca actúes en busca de la recompensa ni la pongas como meta. Ese no ha de ser tu objetivo, sino el bien en sí mismo. Olvida esas mierdas de pensamiento positivo, eso de que el mundo reirá contigo; todos ríen aunque llores. Es algo tan simple como que en esta vida puedes ser bueno o malo, luz o sombra, puedes dar o quitar. Y entonces piensas en lo que aportan los demás y solo puedes sonreír. Intenta que los demás sonrían y cambien también el mundo.

No te esfuerces por plantar un árbol, construir un huerto, porque todo morirá. El mal siempre triunfará, la sombra siempre volverá y el frío se colará por entre los nudos de tu bufanda. Tus ideas serán mejoradas y refutadas. Tus inventos quedarán obsoletos y tus gracias, insípidas. Deja que otros se organicen en bandos, luchen por ídolos construidos en su infancia y destruidos adolescentes. Sé como el agua, fíltrate por los recovecos para vencer a los demás y llegar al núcleo y arrebatar lo que buscabas. Deja que los demás se enfrenten porque tú vencerás, como siempre.

Que desborden palabras, que construyan párrafos, que aplaudan al final. La esencia no es la nota, no es el bien o el mal, sino los segundos de silencio posteriores. Entonces lo sentirás, y eso hará la diferencia.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Sintonizar el viejo transistor es una tarea dura y ardua. Ya no es solo cuestión de la ruedecilla, que nunca funciona como esperamos, sino de nuestros propios dedos. Recorremos todo el dial y justo cuando bajamos el ritmo para afinar la búsqueda, cuando sentimos cada relieve de la ruleta, entonces nuestra yema resbala y nos pasamos. O no terminamos de llegar nunca y lo dejamos, porque la emisora buscada no es más que unas uvas eternamente verdes, una Ítaca que nunca volverá a florecer. Es entonces cuando la radio parece un ladrillo, cuando nuestra incapacidad se apodera de nuestra mirada y nos damos cuenta de que no es la radio, sino nosotros. Y la tiramos bien lejos, con ira, confiando en que se rompa en miles de pedazos que nunca se vuelvan a unir. Esperamos algo de satisfacción por vencer pero no recibimos más que soledad. Soledad porque aunque nunca lleguemos a sintonizar la radio, sabíamos que las voces de los locutores estaban ahí; la bailarina de ballet cuando la caja de música lleva años cerrada. En el fondo nos gustaba que la emisión se distorsionara cuando nos movíamos: la radio hacía patente nuestro cuerpo, nos dotaba de una dimensión y subrayaba nuestra importancia, aunque su única finalidad fuese destruir. Por eso, cuando recogemos los pedazos de la radio, sabemos que estamos sepultando la más intensa melodía. Por eso sonreímos cuando un pedazo se nos clava en el dedo.
 

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