viernes, 20 de noviembre de 2015

Y el deseo se hizo carne y acampó entre nosotros, lejos de miradas del Duque y de análisis psicoanalíticos. A veces un cigarro es solo un cigarro. A veces lo que miramos es solo lo que hay, los millones de píxeles diminutos que forman la persona al otro lado de la mesa. Sonreímos y disfrutamos del olor a navidad en nuestro café porque es una novedad, una nota que se alza entre la sinfonía de mierda que puebla las calles. Nos forzamos a vivir con miedo, huyendo de ciertos espacios porque hay navajas y/o jeringuillas usadas (o peor, a medio usar). Los misterios nunca nos son desvelados porque no hay culto que lo explique. Nos contentamos con permanecer en parcelas apartadas, lugares seguros donde no discutiremos con el vecino, no tendremos que reconocer que podemos estar equivocados. No hace falta psicología para comprobar que la pérdida es el peor de los miedos, más aún cuando se debe a nuestras acciones. Encadéname, córtame la lengua, cóseme los párpados pero nunca nunca nunca me dejes decir algo que te hiera. Algo que demuestre que estamos vivos y no somos una estampa que espera ser trucada por dinero. No es una necesidad: es el deseo.
 

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