lunes, 7 de diciembre de 2015

Hay un lugar más allá de las palabras, de los sentidos e incluso de la mente. Un lugar que sabes que existe y no sabes explicar por qué, no puedes justificarlo de ninguna manera. Ni siquiera sabes si es necesario, pero tienes la certeza de que está ahí. No puedes comprobarlo porque no tiene efectos sobre nada; tu vida no sufre ninguna alteración con o sin él. Pero está. Es como un grito/susurro/aullido que suena de noche entre las caricias del viento. Nada cambia con él, no existe si tú no crees en él, pero está. Hubo personas que también lo oían y pasaron de él, porque no les aportaba nada sino que les condicionaba sus gestos, creencias y miradas. Sobre todo sus miradas. Siempre hay gente que intenta darle una lectura religiosa a este lugar para adecuarlo a una religión. Personas que fuerzan sus límites para escribir arte. Alguien que decide hacer de su vida un mausoleo, cuando en realidad no hay nada más vivo que esto. Por eso, este espacio se convierte en una vida, los segundos más brillantes de cada minuto. Un reloj en el que luchar por cada tic, para no olvidar el siguiente tac. Un eterno tobogán en el que conservar suficientes objetos como para seguir considerándote tú. Una caída que te mantenga con ella, siempre vivos, siempre abiertos ante cada amanecer para dotarlo del único sentido que hay. Unos ojos que vivan entre la ventisca, un regazo que albergue cariño cuando no hay nada más. Una sonrisa que siempre traiga la vida.
 

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