lunes, 30 de abril de 2018

Ya no te quiero.

Querer es distancia entre dos sujetos:
un agente que busca y un objeto que es deseado.

Tú y yo ya somos uno.
¿Qué somos? No lo sé
porque no puedo explicar nada de esto.

Rebusco palabras que me hagan sentir
especial y
recorto frases sin sentido
ni puntos ni un orden
fuera de mí.

Porque así eres tú:

sintaxis fuera del orden

vanos en una catedral sin muros

una melodía sin tema ni voces
pero un ritmo palpitante en las yemas.

Nunca existió algo así. Quien lo probó, lo sabe.

lunes, 23 de abril de 2018

El dolor más hondo no tiene por qué brotar de una herida, sino que puede tomarse lentamente de un aire cada vez más cargado de denso cianuro. Matar a alguien no significa aniquilarlo; la existencia humana es mucho más compleja que simples células. Una persona puede vivir durante milenios en los corazones del pueblo o estar ya muerto en una monotonía aislada de otras almas. No somos nada si no habitamos en los demás, por eso nos aterra acabar una relación. Cuando nos despedimos de alguien empezamos a morir un poquito, se desvanece esa parte de nosotros que fuimos solo para esa persona. Las pequeñas cosas se confunden con las grandes, quedando una amalgama de anécdotas, vivencias y cosas que nunca pasaron pero a las que nuestra mente por fin dotó de forma. Y sin embargo, la relación se sigue moviendo hacia terrenos desconocidos que nos explorarán y nos cambiarán por completo. No sabemos las consecuencias de nuestros actos, no conocemos la medida real del tiempo, no tenemos ni idea de cómo suenan nuestras palabras en otros oídos. No nos conocemos como nos conocen los demás; aun encima, acribillamos esa existencia con la imagen que nosotros atesoramos porque creemos que es más real. Una mentira que nos hemos creído para crear la muralla frente al otro y dominar el yo. Una farsa que se paga muy caro cuando un amigo se va y la gangrena avanza hacia la rodilla.

martes, 10 de abril de 2018

Siempre me gustó Cambridge, me parece una gran ciudad. He visto miles de vídeos en Youtube, sigo la cuenta de turismo en Instagram y hasta algún influencer en Twitter. Por todas las webs me van saliendo anuncios de vuelos baratos a Cambridge, alojamientos preciosos de Airbnb con sobrecostes escondidos o incluso alquiler de coches para explorar la zona. Muchos de ellos en un español pésimo, por cierto, supongo que Google lo ha traducido para mí. El caso es que nunca me había propuesto ir, pero todo parecía tan fácil que me dejé llevar. YOLO. Busqué algunos datos en Wikipedia pero había demasiada información, no podía hacer nada con eso; en su lugar, leí unos cuantos blogs de turismo en la zona y deje mi correo para enterarme de descuentos especiales. En el trabajo miré algún vuelo en Ryanair pero no podía comprarlos, justo hoy me enviaban la nueva tarjeta de crédito. En su lugar, busqué cosas sueltas en Google y cada vez guardaba más información: visitas guiadas, excursiones locales, hostels de intensa vida social y cultural... Copié todos los enlaces en un correo y me lo envié para no perder todos esos datos.

En el metro de vuelta del trabajo busqué música celta en Spotify mientras revisaba Facebook. A un viejo compañero de la escuela le gustaba un museo de Cambridge, publicaban cosas interesantes... El País había compartido una lista de lugares de moda en Reino Unido y ponían una foto de Cambridge... Hasta una madre del colegio estaba por la zona y había subido unas fotos conduciendo aterrada por la izquierda... Consulté el correo y no solo tenía la información que me había autoenviado, sino una guía de turismo local, otra con diez restaurantes imprescindibles y un par más sobre ofertas de vuelo y hotel a mitad de precio.

Llegué a casa directa a comprar los billetes, ese regalo que tanto deseaba. Sin saludar a nadie, me descalcé y busqué la nueva tarjeta entre sobres arrugados. Ibercaja me enviaba la nueva tarjeta y, en una carta aparte, nueva información sobre los viajes de la compañía. Los dejo a un lado y vuelvo a Ryanair, veo que el precio del vuelo ha subido un poco pero no me importa. Al pulsar el botón de compra me sube un cosquilleo por la espalda: he reservado otras fechas más baratas sin pensar bien si podría ir. Tengo que organizar muchas cosas. Me recuesto en el sofá y me dejo llevar.

Facebook me recomienda colonias de verano. Instagram me muestra los rincones más bonitos de Cambridge. En mi correo, apartamentos rebajados cerca del hospital y una nueva newsletter sobre cómo sobrevivir a un viaje en aerolíneas de bajo coste. Suenan voces en la habitación de al lado pero Youtube tiene recorridos virtuales por el King's College. No necesito más. Cambridge me rodea y me saca una sonrisa bobalicona.
 

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