lunes, 23 de abril de 2018

El dolor más hondo no tiene por qué brotar de una herida, sino que puede tomarse lentamente de un aire cada vez más cargado de denso cianuro. Matar a alguien no significa aniquilarlo; la existencia humana es mucho más compleja que simples células. Una persona puede vivir durante milenios en los corazones del pueblo o estar ya muerto en una monotonía aislada de otras almas. No somos nada si no habitamos en los demás, por eso nos aterra acabar una relación. Cuando nos despedimos de alguien empezamos a morir un poquito, se desvanece esa parte de nosotros que fuimos solo para esa persona. Las pequeñas cosas se confunden con las grandes, quedando una amalgama de anécdotas, vivencias y cosas que nunca pasaron pero a las que nuestra mente por fin dotó de forma. Y sin embargo, la relación se sigue moviendo hacia terrenos desconocidos que nos explorarán y nos cambiarán por completo. No sabemos las consecuencias de nuestros actos, no conocemos la medida real del tiempo, no tenemos ni idea de cómo suenan nuestras palabras en otros oídos. No nos conocemos como nos conocen los demás; aun encima, acribillamos esa existencia con la imagen que nosotros atesoramos porque creemos que es más real. Una mentira que nos hemos creído para crear la muralla frente al otro y dominar el yo. Una farsa que se paga muy caro cuando un amigo se va y la gangrena avanza hacia la rodilla.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.