sábado, 18 de abril de 2015

Nunca existieron, ni siquiera en tu cabeza. Todas las cualidades que buscas en tu nuevo corte de pelo son imposibles de reunir ya no en una sola cabeza, sino en las de una familia completa. Despeinado y alocado pero que no llame la atención pero que sea único e inconfundible pero que no sea nunca objeto de escarnio. Nadar y guardar la ropa siempre ha sido lo tuyo pero no siempre se puede conseguir. No se trata de quemar tu traje y llegar hasta el delta; simplemente tienes que priorizar una sobre las demás. Si quieres rizos, hazte los putos rizos pero deja de pensar que quizás te queda mejor liso. Llevas años obligándote a mojarte y ahí sigues, con tus manos bien limpitas y los caracolillos más absurdos adueñándose de tu nuca. La excusa del extranjero en tierra extraña no es eterna; todo acaba y todo duele hasta que se purga el veneno. Menos esas putas tijeras que rechazas una y otra vez, hasta que ya sea demasiado tarde y haya que recurrir a la guillotina.

lunes, 13 de abril de 2015

Nunca he pretendido que el mundo fuese justo
pero hoy
más que nunca
he querido verlo arder.

Descapotable, gafas de sol
y
todo
lo que sonase a él.
Todo regalo que no estuviese envuelto en sudor.
Todo lo que no fuese verdad.

Quemar ese sombrero y las salsas especiales
que te volarán la puta cabeza
y la cartera,
sobre todo las fotos de los niños.

Evian Christ mezclando gritos imberbes
y músculos siempre a la vista.

Abuelos que creen que la solución,
esa gran solución que nadie más ha pensado,
solo es limpiar escaleras.
Como si hoy las escaleras llevasen
a alguna parte.

Porque poner bombas es ilegal, que si no...
Que si no los puntos suspensivos serían
líneas de bajo en la noche madrileña.
Arrebatar las caretas para mostrar el miedo.
Escribir y que realmente sea bueno.

miércoles, 8 de abril de 2015

Las murallas de Jericó no cayeron ante las grandes catapultas ni los férreos atacantes. La ciudad se rindió al arte, no pudo con el poder de la música y del sublime silencio que se desliza entre nota y nota. Una buena sinfonía, esa que revienta jaulas y muros, no destaca por su violenta percusión sino por la finura de su melodía, los deliciosos trazos que dejan las figuras sobre el pentagrama. El oído no se estremece ante el sonido que le llega, sino el que ha tenido ya tiempo de saborear y desear más, anhelar la caricia del arco contra la trenza del violonchelo, el viento arremolinándose en el fagot.

Las murallas de Jericó cayeron cuando hicieron suya la canción, cuando la sintieron como parte de su cuerpo. En ese momento descubrieron que podría dejar de sonar y desaparecer, el suspiro que nunca llegarían a sentir sobre su áspera piel. Bajo esa coraza había entrado un dragón de fuego y miel; la muralla pasó a ser un plural de cuerpos y mentes. El arte levantó el títere y le regaló una sonrisa, una luz que ya nunca quiso/pudo abandonar. Cada gesto del dragón hacía más insoportable la espera hasta el siguiente coletazo y más dulce el recuerdo de las alas henchidas. Hasta que llegó el momento: la muralla se derritió bajo el sonido de su propio rugido, la fuerza de sus propias garras. Solo un ser, sin espera, sin deseo.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.