sábado, 25 de diciembre de 2010


Nocturno Opus 9, Número 2
Frederic Chopin

martes, 7 de diciembre de 2010

Que no se quede en el camino,
quien te enseñó a volar.

Que no sea una historia que contar,
una nana al borde de la cuna,
que siempre sea un beso más,
otra cara sonriente entre la multitud.

Que no construyan altares
para quien te enseñó a volar.

Que no sea el jardinero que plantó el árbol
y lo mimó aún tierno,
sino quien recoge los frutos,
quien lo poda cada invierno.

Que no languidezca en una fotografía
sonriente quien te enseñó a volar.

Que no sea el escritor de tu novela,
quien decidió cada palabra;
siempre quien lee ese libro de noche,
la voz que improvisa cuando la trama no marcha.

Que no sea un amuleto al que aferrarte,
quien te enseñó a volar.

Que no sea tu maleta,
el bagaje
que te acompaña
en cada viaje,
sino tu abrigo,
tus botas de montaña
y tus chanclas.

Que no sea una ausencia
quien te enseñó a volar.

Que no sea una excusa, una retirada a tiempo.
Que sea tu sonrisa, tus besos y tus abrazos,
que sea ese ramo de flores que nadie esperaba,
una carta que llega cuando más lo necesitas.
Chistes cuando todos lloran, caricias, confidencias,
y miradas que nunca se traducirán en palabras.

Que quien te enseñó a volar vuele por siempre contigo,
porque esa es la última lección:

quien te enseñó a volar es quien te hace volar.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Cuando lo vi por primera vez, el sol era un recuerdo, y mi vida una promesa. Él era el dolor, el rencor, la desidia y la envidia, pero nunca odió. Muchos años después, mil besos rotos y cientos de atardeceres eternos, lo volví a encontrar. Entonces me habló de la pasión. La pasión no es algo previo ni posterior a nada. No es un síntoma de desear mucho, ni de amar poco. La pasión es un duende, una chispa que salta en el momento equivocado, o que estalla como fuegos artificiales en el beso correcto. Lo poco que sé de ella me lo enseñó el violín de Nicolás, que entre trago y trago, piropo y eructo, creaba poesía; y pasión. Nicolás no entendía de nada de esto, su nariz roja demostraba que vivió, pero esos ojos pequeños apuntaban que no recordaba la mitad. Pero su violín era su memoria, sus dedos sus neuronas, y las palomas se detenían a escuchar a alguien que por fin habla su idioma. Tiempo después me volví a a sentar delante de él, en el suelo, pero no me vio. Estaba ciego, aunque la botella permanecía cerca, y todavía olía las caderas de las mujeres. Entonces me di cuenta. La pasión es querer y no poder, desear con toda tu vida lo que sabes que nunca vas a conseguir. Sentir que vas a perderlo todo, y que no quieres que se escape. Sentí respirar a Nicolás después de un trago. Un suspiro bronco. Con cuidado, dejó el violín en el suelo, y lo pisó. Dicen que ahora ha vuelto a su despacho, sus formularios y sus corbatas. Que ya no sabe hablar de dolor, pasión o vida, sólo de números. Que no quiere recordar, que quiere vivir de nuevo. Pero alguna noche todavía lo veo en su plaza, en su fuente, con una botella de ron y un arco de violín entre sus piernas.
 

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