martes, 10 de abril de 2018

Siempre me gustó Cambridge, me parece una gran ciudad. He visto miles de vídeos en Youtube, sigo la cuenta de turismo en Instagram y hasta algún influencer en Twitter. Por todas las webs me van saliendo anuncios de vuelos baratos a Cambridge, alojamientos preciosos de Airbnb con sobrecostes escondidos o incluso alquiler de coches para explorar la zona. Muchos de ellos en un español pésimo, por cierto, supongo que Google lo ha traducido para mí. El caso es que nunca me había propuesto ir, pero todo parecía tan fácil que me dejé llevar. YOLO. Busqué algunos datos en Wikipedia pero había demasiada información, no podía hacer nada con eso; en su lugar, leí unos cuantos blogs de turismo en la zona y deje mi correo para enterarme de descuentos especiales. En el trabajo miré algún vuelo en Ryanair pero no podía comprarlos, justo hoy me enviaban la nueva tarjeta de crédito. En su lugar, busqué cosas sueltas en Google y cada vez guardaba más información: visitas guiadas, excursiones locales, hostels de intensa vida social y cultural... Copié todos los enlaces en un correo y me lo envié para no perder todos esos datos.

En el metro de vuelta del trabajo busqué música celta en Spotify mientras revisaba Facebook. A un viejo compañero de la escuela le gustaba un museo de Cambridge, publicaban cosas interesantes... El País había compartido una lista de lugares de moda en Reino Unido y ponían una foto de Cambridge... Hasta una madre del colegio estaba por la zona y había subido unas fotos conduciendo aterrada por la izquierda... Consulté el correo y no solo tenía la información que me había autoenviado, sino una guía de turismo local, otra con diez restaurantes imprescindibles y un par más sobre ofertas de vuelo y hotel a mitad de precio.

Llegué a casa directa a comprar los billetes, ese regalo que tanto deseaba. Sin saludar a nadie, me descalcé y busqué la nueva tarjeta entre sobres arrugados. Ibercaja me enviaba la nueva tarjeta y, en una carta aparte, nueva información sobre los viajes de la compañía. Los dejo a un lado y vuelvo a Ryanair, veo que el precio del vuelo ha subido un poco pero no me importa. Al pulsar el botón de compra me sube un cosquilleo por la espalda: he reservado otras fechas más baratas sin pensar bien si podría ir. Tengo que organizar muchas cosas. Me recuesto en el sofá y me dejo llevar.

Facebook me recomienda colonias de verano. Instagram me muestra los rincones más bonitos de Cambridge. En mi correo, apartamentos rebajados cerca del hospital y una nueva newsletter sobre cómo sobrevivir a un viaje en aerolíneas de bajo coste. Suenan voces en la habitación de al lado pero Youtube tiene recorridos virtuales por el King's College. No necesito más. Cambridge me rodea y me saca una sonrisa bobalicona.
 

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