lunes, 19 de noviembre de 2012

Leerte significa oleadas de desidia, odio mal perdonado y envidia. En toda no-relación siempre hay envidia, en algún sentido. Aun así, eso no te da permiso para reconstruir tus estatuas y reasfaltar las calzadas, rotas por los raíles del tranvía. El tiempo pasa por mucho que pulsemos el botón de pausa, la gente crece y muere, tienen esa obsesión. Las palabras vuelven con el viento y se instalan en el frío, en cada herida que tarda en cicatrizar. Ahora cortan como un cuchillo: no matan pero separan sin posibilidad de unir. El tajo permanece intacto, las dos mitades casan como un puzzle, pero ya no hay manera de unirlas de nuevo. Los adverbios de tiempo cobran una importancia excesiva en tu relato y los pronombres no dejan de ser palabras, lejos de brillar como cualquier mirada. Saluda si quieres a Jude, hace tiempo que le dispararon. Recupera a vampiros y hombres lobo, fiestas rutinarias y bombas de humo. Ya ni siquiera esbozas un beso como defensa improvisada, para qué. El alcohol y el amor al pasado es lo único que nos mantiene en el mismo alambre, uno deseando saltar y otro trepando. No quería escribir sobre ti, sobre vosotros, pero mojáis mis dedos y todo lo impregno con esa saliva de autocompasión, azúcar destilado y aire respirado de boca a boca, sin renovar ni escapar. La libertad es una pesadilla de la que queremos despertarnos sin levantarnos de la cama. Seguid con vuestros juegos que yo me centraré en mis trucos. Como siempre. Por fin el tiempo está de mi parte.
 

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