martes, 9 de julio de 2013

La gente muere a diario. Ya no en países lejanos, vídeos de pasada en un informativo. Mueren en tu facebook, en tu twitter, entre fotos de Londres y fiestas pasadas por vino. Tu vecino juega los fines de semana en tu casa pero estalla la guerra y tienes que matarlo. O mata a tu hermano. Y esto no es la noticia; solo un número más a la cifra que leerá el presentador durante las colas. La historia de una persona que cambia, que mata a aquel que abrazaba de pequeño, eso no importa. Eso pasa a diario, es un tema manido en novelas y películas y canciones y cuentos de hoguera. Un niño muere ante su madre, sus pequeños pulmones dejan de encogerse para reír. Sus manos ya no cogerán las suyas, ya no la empujarán hacia otro juguete estúpido, otra chuchería barata pero que debemos rechazar para educarlo. Pero ya no pensamos en eso, solo en pobres padres, qué golpe, ya nada será igual, y pasamos la página del periódico para completar el sudoku. Apartamos la mirada cuando vemos a un hombre dormir en un cajero, abrazamos a nuestra novia para que no le tema. Si mirasemos a esa persona a los ojos, a esos ojos que lloraron con Up o no parpadearon con La Guerra de las Galaxias, veríamos. A qué jugaba de pequeño, la primera chica a la que besó o esa canción que le recuerda a sus padres. Si hablasemos recobraría su voz, una narrativa desmedida porque no tiene oyente pero es puro sentimiento. La chica a la que protegió una noche, sin que ella lo supiese. Su pelo de vainilla. Pero nunca conoceremos más allá de sus riñones doloridos por el suelo, el pelo que no se atreve a tocar.

Hay vida real más allá de las palabras que expresan la tragedia. Unas manos como las nuestras, unos dientes que mastican como nosotros y más de un sueño en cada cabeza. Pero no queremos aceptarlos como personas, solo como palabras. Solo nosotros sufrimos: nos dejan, suspendemos, no tenemos coche, nos debemos quedar en casa un fin de semana. Todos sufrimos, muchos más que nosotros. No podemos quejarnos, debemos disfrutar por ellos de nuestras guitarras, nuestras cervezas y nuestros baños. Aunque desafinemos porque por dentro también estamos rotos. Aunque todo esté tibio y sin parecido con nuestros sueños/publicidad. Aunque las piscinas no terminen de llegar. La tragedia está a nuestro alrededor; refugiémonos en las pequeñas cosas, que son las que importan. Aunque no existan.
 

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