lunes, 29 de julio de 2013

Durante veinte años he vivido bajo un hechizo del que me ha costado despertarme. Alguien por inventar, ayer y ahora, todos los acrónimos inimaginables para ganar el favor de un vulgo ajeno. Mis decisiones e incluso mis sentimientos han sido modelados por esa tormenta de fina arena, una batalla que hiere sin doler. No sé si tener una carrera me ha valido para algo más que conocerme a mí mismo, pero mereció la pena. Por eso no me vengas ahora con lo que soy o dejo de ser, con lo que busco y lo que necesito. El carrusel argentino continuará por siempre, pero ahora tengo el horizonte de referencia. Obviamente no se qué se esconde tras la próxima subida. Lo que más me sorprende es que me encanta no saberlo, entretenerme en un qué minúsculo y precioso de conversaciones sobre comida, dolor de espalda o posmodernidad. Siempre he pensado que uno nunca es feliz si para a pensar sobre ello, pero estoy en una alegría calma que me acaricia el brazo con deleite. Por eso no te esfuerces: nunca has llegado a conocerme y nunca sabrás lo que pienso en realidad. ¡Si ni siquiera sabes cuándo disfruto! Basta que digas algo para que me vaya en la dirección contraria. Aunque no proteste, nunca llegarás a conquistar mi cabeza. No tenéis la razón, por mucho que os empeñéis y mostréis superioridad con cada músculo de vuestras faces. Si sois felices así, disfrutadlo, porque nunca os acercaréis a la realidad, a mí.
 

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