martes, 1 de marzo de 2016

No encuentro el Amberes de Bolaño en ninguna librería. Alguien se me adelanta, retirando el libro de todas las estanterías, relegándolo a donde pertenece: la ensoñación veraniega de libertad. No podemos tocar lo que pensamos porque sería demasiado diferente, lo Real nos mataría. Perfumamos las rosas porque su olor Real no nos parece lo suficientemente real. Insertamos un día más cada cuatro años porque nuestro calendario no funciona. Cambiamos la hora a nuestro antojo, con una excusa más criticada que defendida. El juego se ha convertido en una profesión y el trabajo, en un game over y gastaste todas tus monedas. Las oficinas de empleo no buscan trabajo, solo controlan el paro. Las universidades no imparten conocimiento, solo aptitudes para jóvenes pre-parados y actitudes de sumisión para viejos post-adolescentes, conocedores de que nada es bueno. Preparamos cursos y congresos sin importar el contenido, solo por el diploma que acredite que hemos realizado un trabajo acreditable, un conocimiento mensurable y troceable y equiparable y... Siempre esperamos un y que traiga el último término de la enumeración, la palabra más importante que disfruta su trono sobre el punto final. El Deus Ex Machina que nos recoja de la garita de segurata en un parking de playa de serie B y nos corone en un Olimpo inmortal. No existe corona, los inmortales son bizcos o ciegos y nosotros nunca seremos plural porque nuestras palabras se pierden cada noche en una tormenta de barro. Por eso no encuentro el Amberes de Bolaño, porque no quiero ver los libros de papel sino las palabras del código binario, amor y muerte, en los huecos de las estanterías. Por eso y porque no tendría dinero para pagarlo ni valor para leer lo que nunca sé si existió.
 

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