lunes, 17 de marzo de 2008

He dicho tanto de ti, de tus ojos, de tus labios, que todo ha perdido el poco sentido que yo le había dado. Pero como soy un loco encerrado, sin más compañía que un papel y un boli, trataré de verte otra vez entre letras y signos. Tus cabellos han sido vetas del oro más puro, olas que el viento alza en blando movimiento. Tus ojos, pozos de ambición o manantiales de rica miel. Pero tus labios... nunca antes había sentido así tus labios. Pude sentir que el mundo se ordenaba, todo se situaba en su lugar, y funcionaba como debía. Cuando te besé, besé campos de avena mecidos por el viento. Besé miles de estrellas ardiendo en la noche de los tiempos. Besé electricidad en estado puro, electricidad que dotó todo mi cuerpo del deseo que buscaba, del anhelo secreto que necesitaba para seguir adelante. Y por encima de todo esto, tus ojos. Relucientes entre la oscuridad y mediocridad como 2 faros que atraen a los muertos al son de tu canto de beatífica sirena. Mugre y delito son tus constantes, que sin darte cuenta asfixian tu sueño de ser alguien, alguien que merezca ser recordada más allá de la oscura noche. No sé si algún día te zafarás del lodo que apresa tus pies, pero aunque no sea así, serás recordada por siempre en este pobre corazón.
 

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