lunes, 13 de septiembre de 2010

Cada día va a la misma mesa. Saluda, sin levantar la mirada, porque ya sabe dónde se coloca cada uno de los camareros. Cada uno de la familia que lleva el bar. Coge su coca cola, su bolsa de patatas, y se sienta con el portátil. Allí pasa la tarde, allí recobra la vida, a través de un objeto que pertenecía a su hermano, que tendría que ser de su hermano. Un hermano con el que no comparte padre ni madre, con el que nunca jugó a fútbol; un hermano que siempre odió, desde que lo conoció. Hay personas que no comparten ningún lazo contigo, que son meros conocidos que no lloran si no los saludas por la calle, pero que marcan tu vida, como si fueran tu madre o tu abuelo. Un gemelo que, como en toda película mala, representa todo tu contrario, pero es carne de tu carne, sangre de tu sangre. Así lo sentía, aunque solo me haya dado cuenta hoy. Mientras unos viven, viajan, maduran, otros se hacen un lado, se sientan en un tocón y nos miran brillar. La carretera está rodeada de personas que nunca alcanzaron su boda, su jubilación, su primer amor, y hacen auto-stop. Pero los coches nunca paran, y los portátiles siempre se quedan sin batería.

2 burradas:

Lu dijo...

Espero que la aburrida rutina de ir al bar cambie

Marina dijo...

por mi que no cambie, que es el único rato en el que aún estás aquí.. :)

 

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