domingo, 29 de mayo de 2011

El cuerpo todavía yace en el suelo. Ha sido esta tarde, pero mi mente se ha adueñado de esa mujer, de esa muleta, de ese pelo canoso. Todavía yace en el suelo, inerme; varios brazos la han levantado, pero para mí sigue sin vida. Es un recuerdo estúpido pero con demasiado vida, que me lleva a una vida que no puede quedarse en un recuerdo. Días asegurándote de que no faltara nada, noches saliendo al pasillo para ganar tiempo. Y al día siguiente, otra sonrisa, otra cara de sorpresa cuando alguien te confíe una tontada. Porque lo tuyo siempre serán tonterías, paranoias, solo los demás tienen problemas serios. Y mientras, la mujer sigue en el suelo. Corro hacia ella, intento levantarla, pero no puedo. No tengo fuerza, no sé cómo usarla; me obligan a dar un paso atrás. Ella está perfectamente, doy un paseo por la plaza mientras la observo de lejos. Miro, espero que los problemas se hayan alejado. Luego vienen canciones. Canciones que eran alegres pero te recuerdan momentos pasados y por lo tanto tristes. Favores utilizados, besos para otra, esperar y que nunca aparezcan. Las voces en las canciones y en la vida real son siempre parecidas, siempre hay un hilo que puedes recorrer hasta un momento desagradable, para huir a uno alegre que desaparece y te trae más dolor. No somos viejos, no somos mayores; no somos adolescentes, no somos niños. Hemos vivido y hemos sufrido, pero siempre habrá alguien que haya sufrido más. Nos queda el amor, unos ojos que se empequeñecen al sonreír, alguien que simplemente llega y se sienta contigo en el sofá. Sonrío, pero la mujer todavía yace en el suelo.
 

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