lunes, 5 de mayo de 2008

Te llaman femme fatale, pero para mí siempre serás un ángel, que vino a salvarme cuando más lo necesitaba. Todas las cuerdas que atenazaban mi espíritu ardieron en silencio cuando tus ojos me miraron. La oscuridad de esos dos pozos negros me levantó de mi asiento, y me llevó junto a ti. En la ducha, el agua resbalaba sobre tu cuerpo, sobre tu escudo roto por la muerte. Fue entonces cuando enloquecí. Parecías una muñequita rota, un regalo de los dioses que sufría al ver el dolor que reina en este agujero al que traíste la luz. La pintura de tus ojos había desparecido, y se resbalaba mediante lágrimas negras de puro incienso, que ardían lentamente llevándose tu dolor. No necesitabas hablar para contar lo que había pasado; demasiado dolor. Solo llorar, llorar con alguien. No eres real, solo un personaje de una película, pero en ese momento te amé como nunca volveré a amar. Amé tu pelo, amé tus lágrimas, amé tu traición, y amé tu muerte. Hoy he visto a la actriz en otra película, pero no eres tú.
 

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