jueves, 18 de noviembre de 2010

Me gritas desde lejos, me sonríes, y aceleras el paso. Él permanece quieto, su cara es siempre la misma. Pasitos cortos, que no llegan a ninguna parte. Traje, sombrero, un hombre perfecto según el antiguo modelo, pero ya no puede cortejar a ninguna mujer. Sus labios ya nunca más dirán un piropo que rompa un corazón. Me hablas de una fiesta el sábado, de alcohol gratis y chicas baratas, me hablas de una vida que él ya no tendrá. Me hablas de saltar, de besar, de tumbarnos en la hierba mirándonos hasta el mediodía. Él apenas puede tumbarse en la cama. Tu lengua se mueve mucho más lento que tu mente, las ideas se te agolpan, y ahora hablas de esta noche, saltas al ayer, y vuelves a esta mañana. Sus labios y su mente van a la vez, sincronizadas. Nada en ambos, solo un repiqueteo. Como un grifo abierto. Mueve el labio inferior, apenas por instinto. Arriba y abajo. Como si sólo intentara decir mamá una y otra vez. Un niño de ochenta años que busca el regazo de su madre. Un abrazo cuando tiene frío. Poder ir a su habitación a medianoche o al amanecer, cuando los monstruos ataquen. Tener siempre una mano que coger. No tener ni miedo ni frío. No temer ni mañana ni siguiente, pero sobre todo no temer ahora, esta hora y este minuto, este paso y el siguiente. No temer desaparecer sin dejar rastro, o peor, ser el único que no desapareció. Sigues hablando, hasta que el reloj te recuerda que llegas tarde, que él sigue ahí. Te despides, lo tocas del hombre, y seguís vuestro camino. Yo sigo quieto, mirando cómo se desborda el río.

1 burradas:

Anónimo dijo...

Vive del latido presente, sujeta las riendas de tu vida y no sueñes con el mañana pues solo es la antesala del nunca.
Tu vida vale la pena. Un abrazo.

 

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