lunes, 10 de enero de 2011

Un pecho desnudo. Un pecho pequeño, firme. Un pecho que no conoce el mal, que no conoce los golpes ni los mordiscos. Pero sí las caídas. Una y otra vez ha caído contra el escenario. Más de una vez algún tablón mal cerrado ha roto su tutú, pero la música ha seguido. Ahora la música sigue, y el pecho vuelve a cubrirse. Nadie lo ha visto. Su cara es la alegría, sus brazos la belleza. Su cuerpo se curva, su espalda forma letras de un alfabeto que pocos entienden, que muchos articulan solo por bostezos. Pero ahora no necesita ni falda ni vestido, ni maquillaje ni zapatillas. Viste un triste sayo, un ropaje que oculta su nobleza. La visten las luces del teatro, las máscaras que durante años lloraron al ver cómo la verdad era obligada a vestirse de ficción, para poder denunciar al público. Ahora no necesita esconderse, ahora puede gritar en cada esquina, pero precisamente es ahora cuando menos la escuchan. Ahora se une a la belleza, a ese pezón que asoma tímido tras cada salto, tras cada postura demasiado forzada, y así borrar la mugre, la estupidez que hace que los borregos solo vean piernas abiertas en vez de belleza. Que vean mujeres en vez de almas. Que vean pechos en vez de vida y verdad y voces. Borregos que ven muerte y tiempo, en lugar de arte y ahora. Borregos que ríen, pero no disfrutan. Borregos que pasan, pero que no caminan. Borregos que respiran, pero que no viven.

2 burradas:

Miguel Valenzuela dijo...

¿Pero la chupa o no? ¿Está buena?

Gory dijo...

Que directo Mig xD

 

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