domingo, 23 de septiembre de 2012

La vela arde y sonreímos mientras se consume el cabo. La cera gotea y crea hermosas formas, puntos de luz en medio del suelo mugriento. Las patas del trípode se distribuyen el peso, la fuerza; el triángulo es la estructura más sólida. Gritar hasta rebosar los tres vértices. Canciones de pachanga repetidas hasta la saciedad. Canciones extranjeras de las que solo conoces el estribillo. Canciones trilladas que siempre coreas y nunca aprendes en la guitarra. Canciones que te hacen vibrar. Alcohol, mucho alcohol, siempre alcohol. Quememos etapas, velas y cuerdas vocales. Por primera vez en años, la vuelta a la rutina es la vuelta a la normalidad, al peso de la manta y el tacto de la alfombra. A palmadas, apretones cómplices y miradas, muchas miradas. Nada de esconderse y mirar al infinito cuando hablas.  Otros habrá que sean otros, pero nosotros somos la primera persona de nuestras vidas. Mañana vendrán las noticias, el gimnasio o la nada más absoluta. Pero eso será mañana. Hoy la vela todavía se consume y la cera te abraza, diciéndote que nada ha cambiado y nada cambiará. Porque la luz no se consume por el tiempo ni por el viento, sino por vivir.
 

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