miércoles, 3 de octubre de 2012

Vendo casas de cartón a pirómanos desahuciados. Soy el humo que besan de madrugada los niños borrachos, con capucha o corbata. No hago ascos a nadie porque mi oficio es mentir. Modulo la voz hasta ser la línea del vúmetro, sin personalidad. Solo espero a que hables para conversar en tu misma escala. Mis manos nunca son libres, siempre mueven el hilo determinado. La ropa está cortada con la máxima precisión; una micra más de teatralidad y pierdo mi faz de niño abandonado. Miro a los ojos o a las tetas según me convenga. No tendría reparos en mirar un paquete, es el mismo artificio. No lloro porque no sé. Represento el sí a las ideas más absurdas, a los sueños inconfesables y a los odios enconados. Mis palabras son secundarias, nadie escucha más allá del susurro del mar que responde a sus promesas lanzadas al infinito. Al vacío. Porque yo soy eso, la nada, la oscuridad, el espejo negro que todos desprecian pero del que todos dependen. Vierto veneno en sus oídos cuando quieren desahogarse. Cerillas bajos los pies si necesitan calor humano. El puñal en la sombra que aspiras ser. Al final todo es eso, el alambre entre el deseo y la soledad. Y no soy yo quien decide a qué lado caer, sino quien mide cada paso y quema cada casa.
 

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