lunes, 12 de agosto de 2013

Construyes un castillo, pero soy yo quien querría fabricar una fortaleza de cristal en torno a ti, un escudo que te protegiera del dolor. Sí, el dolor enseña, pero prefiero que aprendas con esos enfados de engañifa antes que con un corazón roto. La muerte forma parte de nuestras vidas, lo que daría por que tú nunca lo descubrieses. Me descubro pensando en que ojalá nunca llores al subir a un autobús, nunca acaricies tu mejilla pensando que lo hace otra persona o huelas un perfume por la calle que te lleva a diez años atrás, de donde nunca quieras volver. Sé que debes hacerlo, sé que si no saltaras estas vallas nunca llegarías a la meta ni cruzarías la salida, pero es que el mundo te depara tanto dolor... La vida es maravillosa y plena, tal y como está, pero daría mi vida para que tú fueses diferente. Que el dolor fuese una palabra recurrente en toda canción, que las lágrimas solo te sirviesen para completar una rima. Que la muerte solo le ocurriese a tus muñecos. No te estoy deseando una vida menos plena, y por supuesto no te hablo con superioridad porque mi vida me haya dado un doctorado. Mi modestia es sincera; solo te hablo así porque te quiero, y creo que lo mejor para ti y para todos nosotros sería disfrutar más y sufrir menos. Aun a costa de aprender menos. Pero como la vida es solo lo que pasa, te deseo fuerza y sabiduría para saber apoyarte en los bastones oportunos, porque siempre los tendrás ahí, como yo los tengo. Ojalá te mantengas siempre joven, siempre risueño aunque la primavera llore por su hijo muerto.

1 burradas:

Anónimo dijo...

De repente oigo ruido en el jardín. Le hago la señal a Fernando y sabe cómo actuar. Coge la mochila y se mete debajo de la cama. Permanece quieto, alerta. Yo me lanzo a por la escopeta y vigilo a ver si hay alguien. No hay movimiento en el jardín. De repente la puerta de abajo vence. Agarro a Fernando de la mano y tiro de él hacia mí: ‘No me sueltes nunca’, le digo. Descuelgo la escalera y le hago bajar a él primero. Les prometí a mis hermanos que lo mantendría a salvo.
Echamos a correr hacia las vías del tren, en busca del túnel que abrimos cuando mis hermanos marcharon para proteger el Reino de San Juan. Nos refugiamos ahí, a oscuras, hasta que no hay peligro. “Los malos se han ido, Fernando –intento tranquilizarlo. Sigue temblando abrazado a mí-. Tenemos que seguir, no podemos volver atrás”. Nuestra casa estará vigilada así que cogemos la carretera rumbo a la gran urbe.
Dejamos a un lado la Ciudad del Transporte con todos los engendros infectados que se venden por un poco de comida. Al cabo de dos horas caminando en plena noche los focos de un camión nos deslumbran en medio de la carretera. Da un frenazo en seco y para a nuestro lado. Agarro a sobrino y lo cargo en brazos para protegerlo, está agotado. Y tiene miedo.
El conductor parece humano, de los buenos. Nos abre la puerta: “¿os llevo?”. Sobrino no puede más, así que no me queda otra opción que arriesgarme y subir. Sabe que somos fugitivos así que propone escondernos en la caja del camión. Todo se queda a oscuras, sobrino se duerme en mis brazos con el traqueteo de la marcha y aprovecho para encender la linterna y ojear el mapa. El interior del camión se ilumina… “¡Mierda! Es una trampa”. De repente se activan unos altavoces… Y se oye la voz del camionero.
PD. Cuando estés preparado para escuchar al camionero, responde.

 

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