miércoles, 11 de diciembre de 2013

Que sí, joder, que rompas de una puta vez el castillo. Tira los bloques de construcción, derriba la torre más alta que jamás habías construido. ¿No es eso lo que querías? Aísla cada pieza, que no quede ni rastro de tu creación. Espárcelas por el suelo y pisotéalas. Tríturalas con un mazo y aspira el polvo, métete una buena raya que termine de reventarte el cerebro. ¿Querías ver si aguantaba la torre? Bien, ya has visto cómo soportaba lo sobrehumano: huracanes y tifones, mareas y la canícula más agotadora. Y ahí estaba la torre, sin resentirse, todavía más brillante. Pero tú no querías la torre, solo buscabas su límite. Porque algún límite tenía que tener, eso está claro. Ahora que se ha caído no hay ni rastro de expresión en tu cara. No pain, no gain. Mucha estupidez, mucha pérdida. De hecho, ni siquiera ahora que lloras el desastre, añoras la torre. Solo echas de menos su forma en el vacío. Un espacio que habías llenado, no con cosas de valor, pero con cosas, al fin y al cabo. Ahora sientes una brisa fría y tienes que caminar sobre aristas emponzoñadas. Ojalá no tengas cerillas con las que orientarte y tu piel saboree al fin algo adulto de verdad.
 

Copyright 2010 Archivo de las pequeñas cosas.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.