domingo, 9 de febrero de 2014

Nosotros configuramos el espacio público: por eso me importa una mierda lo que vayas a hacer este verano. Estoy harto de que tu sonrisa empalague cada encuentro. Sufro al pensar que dentro de unas horas voy a volver a escuchar tu risa y tus gritos de amor, unos gritos extraordinariamente falsos y fingidos. No tienes vida, pronto no tendrás ni extremidades. Por eso construyes un objeto al que amar, un hijo que sabes que no existe pero te esfuerzas en abrazar, en dormir con él y él te lo paga arrancándote un ojo. No sabes lo que quieres, qué buscas, pero tienes la habilidad de lograr que la gente lo quiera también. Bueno, casi nunca lo lograr, pero lo haces saber en una transmisión de 24 horas, sin zapping posible. Eres una persona normal, supongo, que se entrega y comparte lo que cree que hay que compartir. ¿Hay algo más cruel que una persona normal? Las convenciones sociales nos atenazan no porque finjamos cortesía ante los demás, sino porque nos creemos con la obligación de compartir nuestros sentimientos, nuestros deseos. Pues mira, no, no construimos una puta esfera pública para llenarla de tus miedos a la vejez, a la soledad o a lo que sea. Compartimos cosas serias, que nos interesan a todos. Te veo abrir la boca y ya veo venir la crítica; no soy yo el juez, déjame en paz. ¿Sabes quién debe ser establecer el único filtro? Uno mismo. Si ves que sonrío pero cierro la cortina, que me río pero paro la conversación, date por aludido de una vez, chavalote. Asume que tu sonrisa no es atractiva, que ningún "me gusta" en tus fotos es porque le gustes, sino porque saben que deben pulsar ese botón. "Me gusta" como forma de dominación en los círculos sociales. Así que déjame en paz, deja de trastocar mi entorno para convertirlo en tu entorno y recuerda que tienes que vivir tu vida, no la de los que viven a tu alrededor. También existe una esfera privada. Y la amo.
 

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