domingo, 28 de septiembre de 2014

Esta música la hemos bailado antes. En otra vida y en sueños, mientras Lucy nada en el cielo. Los diamantes somos nosotros. Sonrisas y puñetazos en el hombro, caídas y sonrisas en el marco de la puerta. Y, sobre todo, encender la luz una y otra vez, mientras todos sonríen, gritan y bailan al ritmo que marca ese pequeño y adorable tirano, que se derrama en cariño sobre todos. Todos y cada uno de mis segundos, monedas, guiños y paciencias tienen dos usufructuarios que no saben que todo tiene su fin, que estos segundos nunca volverán. Y cada noche pido a Dios que siga siendo así durante siglos. Aprender a nadar, a montar en bicicleta, a leer. Que encontrar una cama sea una aventura para recrear otra tarde de invierno. Ojalá se mantuviese siempre esa sonrisa, esos ojos iluminados, cuando se asoma a la puerta y aparecen todos los demás. Porque los demás siempre esperan ahí, al otro lado de la puerta, y no se mueven hasta que llegas tú. Que los objetos de las mesas sigan girando en torno a tu gravedad, huyendo de esas pequeñas garras mortales. Durante años, cada día era extraordinario porque siempre nos despertábamos en nuevos lugares, más caras y nombres y calles y bailes y bebidas y labios y muerte. Y llegó la vida. Y justo entonces, descubrimos que tocábamos música para otros, que ya no bailamos más. Así que trabaja duro y afina los acordes, porque un par se merecen muchos años más de sueños.
 

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