miércoles, 24 de junio de 2015

No sé contra quién voy, si hay un dragón que justifique mi armadura o solo un foso en que sumergirme con este peso. Las murallas no se construyen para defender del invasor, sino para construir una identidad, una frontera entre nosotros y lo que no somos nosotros. Nosotros, yo. Esa muralla ha sido siempre mi hogar, mi mundo. Las invasiones venían, los defensores poblaban; el mundo giraba y yo no salía de mi alambre particular. Nunca me uní a ningún ejército ni cuadrilla de las que asaltaron estas almenas; ni siquiera cuando un bando venció sobre el otro. Me enorgullezco de ello, era lo que debía y quería hacer. Pero las piedras magulladas son mal cimiento para un hogar, pésima alfombra de juegos y nulo tálamo. Ahora la razón solo envidia los verdes campos, los frutos que se pueden paladear. Los gigantes murieron hace siglos, no podemos medirnos a ellos ni a sus hombros. Besa la arena, cíñete el yugo y rompe a sudar por algo que solo se puede tocar. No te olvides de dar las gracias por el yugo recibido. El corazón empujará contra huesos y tendones para construir una identidad de dos; es imposible pero morirás intentándolo. Y los bárbaros seguirán viniendo, encontrarán las defensas sin guardia y un lobo blanco que llora la muerte, la vida: un duelo descomunal.
 

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