martes, 16 de junio de 2015

Me parece genial que sepas dónde encajar cada pieza. Respeto que tengas espacios reservados para cada color. Pero permíteme que me ría si crees que construirás el castillo que tienes en mente sin desviarte un ápice. Todos hemos vivido eso mismo, con idéntico resultado: la realidad siempre gana. Vale, aprieta el bloque con fuerza, hasta que tu mano se confunda con ese blanco roto una y otra vez; eso no hará sus cantos más suaves. Y lo peor es que ahora ya no puedes pararte a pensar cuántas piezas te quedan, porque estás inmerso en una escalada hacia el cielo, una torre de Babel que no busca imitar a Dios sino superarlo, ser el elegido que rompa con el ciclo de Matrix. Pero tú no eres especial, tu castillo nunca tendrá foso y tus caricias más ventrículos de los disponibles. Todos los pendones y almenas están contados, al igual que los mordiscos y los piropos. Este no es un camino que desbroces por primera vez, sino una autopista con infinidad de carriles que vuelven y se retuercen sobre sí mismos. La historia del ser humano es una rotonda. Mientras tanto, la torre del homenaje ya llega hasta tus ojos y sonríes con orgullo, relamiéndote ante el futuro, las piezas que te superarán y reinarán las vistas vedadas para ti. Todo lo mudará la edad ligera, pero ahora tú ni siquiera has logrado pensar en las rosas de sus mejillas. Añade un bloque más, una risa más, mientras afianzas tu terreno nuevamente conquistado por primera vez. Sonríe como nunca lo has hecho, desoye los consejos de los sabios y olvídate del tiempo mientras construyes ese fortín. Ese castillo no habría llegado a vivir (días, semanas, meses) sin tu mano temblorosa y la vista atrevida sobre las piezas desparramadas. Sigue creándolo, sigue disfrutándolo.
 

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