miércoles, 14 de octubre de 2009
Al principio, la música tenía una función, servía para embravecer a los soldados antes del combate, para adormecer los sentidos o para enseñar las historias de la Biblia. Sin embargo, llegó el sol y apareció el arte por el arte, la música es el fin en sí mismo. Con esto, los instrumentos fueron cada vez más complejos, los intérpretes se vieron obligados a elegir un único amigo de cuerda, viento o metal. Se puede pensar que esto conllevaría una pérdida de armonía, pero todo lo contrario. Los artistas conocían las virtudes de cada instrumento, y en vez de cerrarse, miraron el mundo y se unieron. Nació así la música de cámara, la unión de todos los instrumentos, y fue evolucionando hasta llegar a la ópera, unión de instrumentos y voz humana. Más de cien personas, que antes ocupaban todo el escenario, se apartaron para admirar a una sola persona. Una sola persona llena el escenario. Una sola persona, sin instrumento alguno, se impone sobre los demás, corta el aire del teatro para transportarnos a otro lugar, para hacernos sentir como nunca podríamos imaginar. Todo su cuerpo se mueve a la vez, toda su alma se agita y se deleita con un único objetivo: ser música. Trascender las barreras de este mundo, y ser un ente de energía pura, la perfección, la música. La música verdadera, el verdadero arte, no va de enamorar a quinceañeras. No va de contar cuánto sufrimos cada vez que vemos ponerse el sol. Ni siquiera va de transmitir sensaciones, de hacer sentir al oyente. La música solo consiste en ser música, en vibrar con la música. La música es el fin en sí mismo, no sirve a ningún amo más elevado. Quizás la música no sea perfecta (acaso algo lo es), pero es el único fin. Es la única mirada que estremece. Es el único perfume que embelesa. Y tú, tú eres mi música.
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2 burradas:
Estás como una regadera.
En serio, quiero de lo que tomas...
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