jueves, 1 de marzo de 2012
Jugar con una pequeña pompa de jabón es probablemente lo más delicioso que existe. Cuando flota en el aire puedes ver la perfección del mundo reflejada en su única curva. En ese mundo queda atrapado todo lo bueno, las flores, los bombones, todos los tópicos que nos hacen felices. Fuera se resbala la suciedad, la mugre, las babas de los demás. Conforme baila con el viento nos sentimos eufóricos o deprimidos, apasionados o suicidas. Si nos acercamos a la cara de alguien podremos verla como nadie lo ha hecho nunca; no veremos la verdad sino la lucha de sentimientos que se desata tras la máscara. Cuando la burbuja caiga, porque siempre acaba cayendo, ya vendrá el frío y el desamparo. Pero no olvidemos el papel del extraño a la burbuja, aquel que observa su belleza desde el exterior. Como siempre, solo son los niños quienes saben apreciarla. Por eso se dedican a exterminarlas sin dudar; lo perfecto solo puede existir en los cuentos. Pero si vamos más allá, si adoptamos la visión de un niño y contemplamos la burbuja en el aire, podremos tocarla. Si realmente creemos en ella, si la aceptamos como un ser independiente que necesita también cariño, podremos acariciarla. Y te aseguro que después de esa caricia no querrás tocar nada más. Amarás a esa pompa y soñarás con ella. Cuando te sientes en el sofá y tu mente desaparezca, tu mano seguirá moviéndose, tratando de recordar cómo era esa pompa de jabón. Pero al final todas las pompas de jabón explotan y solo nosotros decidimos lo que sale de ellas.
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