domingo, 21 de abril de 2013

Si algún día tengo un hijo, le prohibiré leer más allá de Marca o de Crepúsculo. No quiero que sea tonto, pero por nada del mundo quiero que piense, que reflexione, que intente comprender. Solo pido que sea despierto y sepa cómo van las cosas, pero que no busque comprenderlas, sentirlas. Al conversar, que entienda qué quiere el otro, solo para convencerlo de su punto de vista. Ojalá tenga unas firmes convicciones, un sistema que le sirva para vivir y que no se cuestione nunca; unas creencias, correctas o erróneas, pero suyas. Si tengo un hijo, quiero que sienta que ciertas cosas son solo suyas, que puede poseerlo para siempre. Sentimientos, dependencia, vulnerabilidad; palabras que solo usará en canciones simples para conseguir chicas. Chicas que solo serán eso para él, y nunca seres completos, superiores y brillantes. Ojalá para mi hijo solo exista él mismo, luego él y por último más de lo mismo. Un egocéntrico convencido, un ególatra carismático que, mediante una buena acción al mes, consigue enamorar al resto de su sociedad. Una persona cuyas pretensiones se pueden contar en carne y no depende de un trabajo que le realice, una relación que tenga que trabajarse. Que ría, beba y duerma bajo las estrellas. Que sufra lo justo para poder contarlo, pero que no cambie su vida. Ojalá mi hijo sea feliz porque nunca se preocupe por buscar la felicidad ni pensar en ella.
 

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