jueves, 13 de junio de 2013

Todos somos muñecas de retales, diferentes materiales y distintos tamaños.
Nuestros días, nuestras frases, son de otros dueños y nosotros las robamos.
No existe nunca un argumento, solo una rayuela, una tirada al caos.
El padre, la madre, el guerrero, la vieja, el herrero, la doncella y el extraño.
Todos somos todos, por eso estamos condenados a ignorarnos.
Un poema épico nunca tiene dueño, nunca acaba cerrado,
sino que cada voz y cada lector añade una nueva línea al canto.
Sonreímos y halagamos a los demás para ganar nuestro regalo,
escuchamos con interés porque alguien nos cogerá la mano.
Por eso, si hemos besado el viento, no tememos llorar sobre la loza;
alguien vendrá y borrará todo plantando una mariposa en nuestra boca.

Ese alguien seremos nosotros mismos, o nuestras sombras.
 

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