domingo, 9 de junio de 2013

Hay cosas que llegan, cosas que llegaron y no las viste, cosas que nunca llegarán y cosas que jamás partirán. La vida es como ese sendero de piedras para cruzar el río, saltando de una a otra para no mojarte. Si te caes, te ahogarás en el sinsentido de la vida con minúsculas: trabajos, amoríos, viajes, regalos, odios, gentes. No puedes mantener el equilibrio sobre una roca: ponerte la lista de reproducción de 6 años atrás y el videojuego de tu adolescencia, y fingir que el tiempo no pasa. El río arrasa con todo. Solo sobreviven los afortunados del lecho, incrustados como ostras tejiendo perlas sobre el dolor de un grano de arena. Sobre esos pilares brotará el sendero que te permitirá cruzar el río, vadear cualquier obstáculo. En el fondo, da igual la edad, la educación o la compañía. Ni el pasado, ni los filósofos ni tu pareja va a vivir tu vida. Solo tu. Por eso tienes que pivotar siempre sobre las rocas, con la vista fija en el horizonte para no marearte. Y beber y llorar y aprobar exámenes y romper corazones y pelear y robar y que te roben y que desees que te roben y reír, siempre reír. Solo podrás llegar hasta la otra orilla si eres siempre consciente de dónde te apoyas, si sientes esa piedra y no deseas estar en la siguiente. Los juguetes partieron a la guardería, la universidad se acabará y un nuevo día brillará. Pero no vives ni el pasado ni el presente, ni un kilómetro al norte o al sur. Cuando te sientas perdido, mira tus manos y valora su trabajo. Recuerda que solo tú las mueves y puedes ponerlas donde quieras. No te cortes, aprende ese acorde y acaricia ese pecho. Solo tú podrás hacerlo.
 

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