lunes, 4 de agosto de 2014

Esto lleva funcionando siete años. Como todo lo que funciona, no siempre lo hace bien ni como se espera que lo haga. El tiempo salta y las palabras avergüenzan. Incluso la música, esa broma que alguno leerá también, rara vez es un punto de orgullo. Hubo un tiempo en que jugaba con código y pintura, haikus y otros hermanos. Aquí he vomitado y he esculpido hormigón con una navaja oxidada. También sajar, siempre he amado esa palabra. No sé cuánto habrá vivido en estos siete años, en estos veinticuatro años; mucho y poco, depende del observador. Todo ha cambiado una y otra vez, el olor a pintura fresca y los billetes de autobús son constantes de una obra en perpetuo borrador. Excepto una fase, un nivel superado de este juego, nunca he escrito para que me leyeran, sino para mí mismo. Escribir significa entenderme, escribirme es cómo miro al mundo. Una mirada egocéntrica con las inseguridades que solo puede tener un ególatra a tiempo parcial. No voy a pedir(me) perdón ni a dar(a nadie) las gracias. Realidad o ficción, los golpes duelen. Hombre o animal o color o nota musical, siempre hay una flor en la que sumergirse, un pétalo que nunca llega a la boca. Que corran el vino y las palabras secretas por más tiempo, una nueva carretera y el viaje en avión. Que corran las burbujas sobre tu cuerpo y tu piel florezca bajo mis labios. Que haya siempre un futuro al que volver. Y

1 burradas:

Anónimo dijo...

Amar las palabras... Algo innato y un largo recorrido de esfuerzo y horas han hecho posible que ahora se puedan leer estos resultados. Terapia para todos.

 

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