domingo, 9 de noviembre de 2014

Solo acudes a mi memoria en momentos como este, cuando el odio mueve mis dedos y el odio se encarna en mi sonrisa y el odio solo me deja escribir el odio una y otra vez. A pesar de tu trono de déspota construido a base de lametazos y adulaciones ciegas por gente que arroja su ego y su superyo al fuego, no tienes ningún poder porque no eres más que una niña de lacias coletas que se enfada con su perro porque su padre no quiere volver a casa y encontrarse la misma cara insípida, los mismos brazos carentes de cariño. Si dedicases algo de atención a mirar en vez de juzgar, a conversar en vez de hablar, quizás comprendieses mejor quién te saca a pasear. Tú única virtud es contagiar el virus, verter veneno en los demás y volver víbora al vecino, sierpe traidora a tu servicio. No eres ningún genio maligno, simplemente crees que ves el único mundo que puede existir y lo impones: impones tu gusto, impones tu criterio, impones quiénes pueden imponer. Tu látigo no lacera la carne sino que hiere los sentimientos con frases afiladas como la más afilada herramienta: tu lengua. Ni siquiera hace falta que sea inteligente o bien hilado, porque las frases que vienen de tu trono se tejen en fino hilo de oro, replicadas en falsete y gravedad por tus títeres. Pero lo que quiero que sepas es que el odio, el único sentimiento que me generas, no es una angustia vital sino una antipatía que se adueña de mi cuando bailas tu ritual. No te desearé mal mientras no me toques, solo sonrisas recibirás si mi burbuja sigue flotando en el aire. Pero tú eres tú y tu crítica permanente a los demás, única alma perfecta con la misión de guiarnos. Por esa razón vuelven estos momentos, tu veneno reacciona con mi odio y silencia cualquier acorde. Así que sigue hartándote de chocolate y palabras, sonrisas y besos, que yo defenderé mi burbuja como buenamente pueda.
 

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