miércoles, 28 de febrero de 2018

Personas que son parte de tu día a día desaparecerán y ya no volverán. Os diréis que sí, que quedaréis o que os veréis porque la vida es un pañuelo, pero sabes que los pliegues no llegan tan lejos. Lo que habéis construido se quedará precisamente en eso, en todo lo que habéis compartido sin llegar a ninguna parte, precisamente el gran encanto de toda vuestra relación. No todo lo que vivimos tiene que desembocar en un gran océano; disfrutamos de pequeños meandros y galachos que aportan sabor a cada día, aun a sabiendas de que no volveremos a probar esos néctares a los que llegamos a acostumbrarnos. Quizás en eso resida el encanto de nuestra existencia, en saborear cada momento sin el miedo de que podamos repetirlo o no; al fin y al cabo, nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. No me llames hija, no me llames de ninguna forma porque ya me habré ido con la bruma de la mañana, entre los copos que siguen cayendo horas después de tus fotos y vídeos. Mi banda sonora no es esa canción que has puesto y repetido hasta la extenuación, sino la melodía simplona que llevaba en la cabeza mientras nuestra última vela se extinguía y yo sonreía. Estoy feliz porque sé que no volveré a vivir nada de esto y me duele, pero dota de mayor valor a cada una de las muescas que grabo en mi reloj. Sonríe porque todas estas caras e historias se irán depurando en mi memoria hasta destilar un fino hilo de pura ambrosía: mi recuerdo, mi realidad, mi existencia.

1 burradas:

Anónimo dijo...

Sublime. Lo he leído por la mañana, en el desayuno, con el cerebro agitado todavía de un ayer obtuso, y me ha aliviado.
Gracias por escribir.

 

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